sábado, 20 de diciembre de 2014

TUS HIJOS NO TE OLVIDAN.


Los miraba risueña mientras la bajaban en volandas en la silla de ruedas por las estrechas escaleras desde el 2º A del viejo bloque rectangular de pequeños pisos situado incomprensiblemente en un rincón del casco histórico de la ciudad. Los cuatro hijos habían decidido pasar con ella, sin aparente motivo ni celebración especial, aquel deslumbrante domingo de abril. Últimamente, desde que le dio la parálisis, es cierto que venían a verla, pero lo hacían individualmente, por turno, con cierta prisa como esos celadores de hospital que revisan apáticos la situación del paciente para asegurarse que no les va a estropear la jornada. Sí, estaba contenta, pero le extrañó el que sólo estuvieran ellos, ninguna de las nueras, ni el yerno, ni  los nietos como cuando celebró sus 80 cumpleaños.
           
Ya en el restaurante, uno de esos  con pretensiones cinco tenedores que buscan aturdirte con la finura del mantel blanco y la servilleta de tela roja, el despliegue turbador de cubiertos y copas de cristal y la empalagosa solicitud de su dueño, hablaron y bromearon, recordaron el cocido y la paella insuperable de mamá y evocaron  momentos y personas del pasado común .Y ella, en el extremo de la mesa, donde se pudo colocar la silla,  sonreía feliz, sintiéndose de nuevo, como hacía ya mucho tiempo, el centro unificador de sus vidas. “Oye, mamá, te gustaría que al terminar la comida fuéramos a visitar la Residencia de Ancianos San Carlos. Ya, sabes, el mejor asilo geriátrico de la ciudad. Nos han dicho que podemos ver todas las instalaciones, y además podrás saludar a algunas de tus antiguas amigas que se encuentran allí.” No era precisamente lo que más podía apetecerle a alguien después de dos años de encierro y con una tarde tan espléndida como aquella. Pero no sólo accedió sino que lo hizo con un forzado alborozo.
           
Recorrieron con una de las asistentes guía cada una de las estancias del moderno asilo. Pasaron por los despachos, el comedor, la cocina, el consultorio médico y las demás salas, mientras ellos no paraban de deshacerse en elogios, señalando las maravillas de lo que iban viendo. Abrieron  una de las habitaciones con dos camas, una ocupada y la otra libre, ·”¿Qué te parece, mamá,? Cómoda y con compañía, tan necesaria en estas edades.”

Y llegaron al enorme salón de estar, repleto de ancianos que, amarrados en sus burdos butacones de cuero  o en sus inseparables sillas de ruedas, se dedican a mirar a con avidez de compañía a quien entra o a dejar pasar la vida resignadamente, silenciosos unos, quejándose inútilmente los otros. Allí colocaron su silla, junto a la de una de las conocidas de la niñez, y entonces se lo dijeron: “Mira, madre, te vienes lamentando de que nos estás dando mucho trabajo y haciéndonos gastar demasiado dinero para atenderte, que lo que bien que estarías en una residencia. Pues, al fin hemos podido lograr que te den una plaza y precisamente en ésta que es fenomenal. Ya tienes habitación y puedes quedarte desde ahora. No te preocupes nosotros te traeremos mañana las cosas que necesites de casa, ¿Estás contenta verdad?”.  Rubricaron, como Judas, con el beso sus palabras, y luego se marcharon sin la carga de la madre y con el peso de su bajeza  en la conciencia. Y ella se quedó clavada con la mirada triste y desolada en aquella puerta de cristal por  donde la vida y sus hijos le dieron definitivamente la espalda.
           
Hoy desde la ventana contemplo como la lluvia de este umbrío otoño destiñe la grafía del cartel “Se vende” en el balcón abandonado del  2º A. La misma lluvia que a la misma hora estará lamiendo la lápida gris del nicho en  la que con letras doradas se puede leer: Margarita  Gómez López,  madre y esposa “Tus hijos que no te olvidan”.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

DUELO A GARROTAZOS

La batalla campal del domingo pasado entre aficionados de futbol me ha traído a la mente la imagen bestial y el mensaje denuncia del cuadro más real y cruel de las pinturas negras de Goya, el “Duelo a Garrotazos”. Según los expertos simboliza la lucha fraticida entre españoles que luchan despiadada e irracionalmente para acabar el uno con el otro. Allí están los dos, sumergidos en arenas movedizas, enterrados hasta las rodillas, y en vez de tratar de salvarse, se golpean con saña el uno al otro con los garrotes. La cara del hombre a la izquierda está sangrando. Ese hombre está casi muerto pero todavía está luchando. El otro le sacude inclemente. Tremenda forma, quiere decirnos el genial baturro, la que usamos los españoles para solventar los conflictos y hacer avanzar a una nación con continuos y ensangrentados enfrentamientos civiles.
Nos resulta inconcebible y nauseabundo que hoy día hombres hechos y derechos  puedan realizar estas bestialidades, como son el citarse para descalabrarse y en comandita lanzar a la muerte a un herido a las aguas del Manzanares ¿Pero qué malnacidos, qué alimañas andan sueltas entre nosotros? ¿No hemos sido capaces en estos dos siglos de dolorosa historia de arrancar de cuajo esta violencia brutal y atávica que se nos atribuye a los españoles?

Lo evidente es que tenemos cierto personal que aprovecha cualquier recoveco, ya sea el futbol, la borrachera del finde, la manifestación de las mareas o la discusión en la escalera de vecino para liarse a mamporrazos. Y no entro ahora en la violencia que se ejerce contra las mujeres y los menores, en el acoso escolar y demás depravaciones que  proliferan en nuestro alrededor. No, no nos engañemos, por muy europeos y occidentales que nos creamos, no vivimos en el mejor de los mundos y nos queda mucho para llegar a lograr que sea realidad al rayo de esperanza y de vida de la superación de la violencia que el color del cuadro de Goya apunta con su colorido.
No se me oculta que la solución al salvajismo no es sencilla ni única, que hay que continuar fomentando actitudes y comportamientos saludables en los jóvenes y los niños, que habrá que trabajar en los entornos familiares más desestructurados,  que tomar medidas drásticas frente a la barbarie, que hacer frente a las desigualdades de sexo y las prácticas culturales adversas y que, por supuesto, habrá que prestar atención a los factores culturales, sociales y económicos que son el caldo de cultivo de mucha de esta violencia. Pero esto supone aceptar que la desgracia del domingo, más que un suceso esporádico y  fanático deportivo, es el síntoma de una enfermedad social generalizada que necesita de mayor preocupación y atención.



domingo, 30 de noviembre de 2014

INFANCIA TRAICIONADA Y ROTA. SACERDOTES Y ABUSO DE MENORES.

No existe una sentencia más radical y contundente sobre el daño a los menores que aquella que el evangelio pone en labios del mismo Jesús: ‘Ay de quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar”. Los abusos sexuales a menores son delitos tan monstruosos que no pueden encontrar justificación alguna, y menos la pueden tener viendo de clérigos, porque, además de la agresión criminal en sí misma, son una expresión  de una explotación de la total confianza y la buena voluntad de los niños y los padres respecto al sacerdote.

Una de las grandes contribuciones humanizadoras del cristianismo fue precisamente la protección de los niños de los abusos sexuales; ya en la sociedad griega y romana oponiéndose al secuestro y a la esclavitud que amenazaba a los niños, permitiendo sólo la práctica sexual dentro del matrimonio y sobre todo por la fundamentación del trato a los niños en el mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo;  y luego a través de los siglos con las múltiples instituciones asistenciales que surgieron en su seno a favor de la atención, la  protección y la educación de los pequeños más necesitados.

Es por ello que a cualquiera persona honesta, y especialmente a quienes frecuentemente acompañamos a niños y jóvenes, nos asquea y repugna una abundancia tan grande de abusos cometidos por sacerdotes de la Iglesia Católica, que enloda esa genuina tradición cristiana; y nos indigna la larga y dolorosa historia de la negación institucional, el ocultamiento, la hostilidad y la autoprotección con que algunas autoridades eclesiásticas trataron a las víctimas en un pasado reciente.

Hoy, gracias a Dios, nos encontramos con una rectificación y  actuación diferente y  más coherente con el deber cristiano. En Roma y en todas las curias diocesanas, puedo corroborarlo, rige la doctrina de la tolerancia cero con los abusos y con quienes los cometen y  la obligación de ayudar a las presuntas víctimas y, una vez probados los hechos, cooperar con las autoridades en el establecimiento de la verdad y la justicia. Y sinceramente creo, que está ha sido la forma de actuar por parte de los responsables eclesiales en el  llamado caso Granada, que tanto juego está dando al morbo mediático en estos días. El hecho de que el Papa haya actuado directamente habla de algo que ya conocemos suficientemente; de su cercanía y su compasión con que sufre injustamente; lo cual no supone ni la dejadez del arzobispo, ni el abandono, tras comprobar la veracidad de la denuncia presentada, de la actuación judicial.

Este suceso, y el de Zaragoza, que por cierto nada tiene que ver con abuso de menores, me lleva a una larga cadena de reflexiones que difícilmente puede tener cabida en una entrada como esta, y  que es posible que trate en otras ocasiones: ¿Seremos capaces de preocuparnos de igual manera, o más,  por el dolor y el atropello infligidos a las víctimas que por  el daño causado por los infractores a la credibilidad de la  institución del sacerdocio y de la Iglesia? ¿Hasta qué punto, sin defender ni justificar lo injustificable, podemos considerar al agresor también  como “una víctima” que sufre la explotación del deseo sexual en una cultura que fomenta la explotación mercatilista de las adicciones al sexo, la bebida y la obsesión por la dieta, y una fascinación por la violencia que ha llegado hasta la creación de un nuevo género de películas religiosas de terror en el nombre de la devoción o la piedad? ¿La alta reivindicación moral de la Iglesia en el ámbito de la sexualidad la obliga a aceptar indefensa el ataque y la generalización indiscriminada cuando entre sus filas se producen estos delitos? ¿Qué papel juega en todo esto la obsesión exagerada que en la religión  parece atribuirse a la moral sexual? ¿Por qué, cuando la mayoría de los abusos tiene lugar dentro del hogar familiar,  nunca se habla de ello ni se denuncia con el mismo ímpetu?...  

Claro que ante la magnitud de la catástrofe lo que cabe ahora no son las especulaciones sino, como miembros de la Iglesia, que es mi caso, pedir perdón a las víctimas por haber permanecido callados, agradecerles su valor por haber roto ellos el silencio, avergonzarnos de los crímenes de algunos de nuestros hermanos, pedir que se haga siempre justicia a las víctimas y a los sacerdotes, sus autores, y no solo la reprobación. Y trabajar con todo nuestro empeño y desde nuestras posibilidades por erradicar estos actos criminales aquí y en los abominables destinos del turismo sexual infantil.


sábado, 15 de noviembre de 2014

YO TAMPOCO TENGO PARABÓLICA

Yo tampoco tengo parabólica, aunque me acaban de soplar 70 machacantes por el cambio del mástil de la antena, en un trabajo peliagudo de 20 minutos de bajar los hierros y volver a colocarlos en la balconada de la terraza. Vamos, que, comparado con los emolumentos macanudos de estos emprendedores antenistas, me río yo del cobro abusivo de los notarios en tiempos del boom del ladrillo.

Pero todo lo doy por bien empleado con tal de que no caiga sobre mí y me inmaculada reputación la ignominia de tener una parabólica. A no ser aquella que un cándido compañero mío encontró tirada en la cuneta de la carreta de Madrid a Badajoz, y que recogió, pensando que era una paellera gigante y que luego, cuando kilómetros más adelante le paró una pareja arrebatada de la guardia civil, resultó ser un radar para las multas de tráfico, de la que por cierto a él no le libró ni su venerable alzacuello.

A lo que íbamos, que en esa sociedad de la honradez, la sinceridad y el  buen gobierno hay signos y ostentaciones que no son de recibo. Tiene razón nuestro despeñado presidente: la bicha cónica es una prueba fehaciente de estafa y dolo. Y, además, es que algunos no la necesitan para nada, pues para “bolas” se bastan y se sobran solitos, 


* La foto está tomada en uno de los refinados chalets residenciales de la Moraleja.

martes, 16 de septiembre de 2014

REBELIÓN EN LA CAPEA.



Lo tengo fresco en la memoria, aunque hace ya una tira de años.  Faenábamos en uno de aquellos mis primeros campamentos de niños que, con menos medios de supervivencia que Robinson Crusoe, realizábamos como pioneros audaces por las paradisíacas y queridas tierras de la Vera, cuando el Ayuntamiento de la localidad quiso agasajarnos invitándonos a asistir a la Capea de la fiesta patronal. ¡En mala hora se les ocurrió tal cosa!

         Llegamos puntualmente niños y monitores a la plaza del pueblo convertida a la sazón en pequeño coso taurino rodeado de carros y andamiajes de madera. Y mientras nos colocábamos en los asientos del improvisado tendido de sillas y bancos, comenzó a invadirme una desconfianza que se tornó en temor para acabar en pensadilla, al contemplar a algunos de nuestros tiernos retoños metidos en medio de la jarana de los mozos en el centro de la plaza. Después de algunos pescozones, que en aquel entonces te lo permitía la ley y te lo suplicaban los padres,  los volvimos al redil.

         Pronto dieron suelta a una vaquilla que salió aterrada buscando una inútil huida entre los palos del entramado o corriendo sin rumbo de un lado a otro. A los muchos mozos que había ya en la plaza, la mayoría de ellos bien atizados del vinacho de la tierra, se sumaron otros bravucones indecisos que saltaban de los carros envalentonados por el número y la falta de empuje y defensa del animal. La cogían del rabo y le hacían dar vueltas sin fin sobre sí misma, se tiraban diez o doce sobre su lomo y la llevaban y la traían de uno otro lado como si fuera un muñeco cabezón.

         Por la bulla y los ánimos se veía que los vecinos del pueblo lo estaban pasando en grande. Pero no así nuestros chavales que, sin que nadie se lo indicara, comenzaron a ponerse de parte de la desamparada vaquilla y  a gritar a coro ante la sorpresa y el cabreo de la gente que  nos rodeaba: ¡Cógélos! ¡Cornélaos, no te dejes! ¡Abusones!

Y cuando alguno de aquellos mamados matones llegó a la ruindad de meter varios palos por el ojo y el culo de la vaquilla, estallaron con toda la rabia de su impotencia infantil  y escupieron el insulto que les salía del alma: ¡Asesinos¡ ¡Asesinos!

         Nos levantamos y nos marchamos.

No sé cuantos de ellos pertenecerán a peñas taurinas o a club de amigos de los animales. De lo que estoy convencido es que estos chavales y nosotros recibimos ese día una impagable y dura lección sobre la gran riqueza de cultura y humanidad que encierran algunas de las inmemoriales tradiciones que nos han hecho tan distintos y superiores a otros pueblos que nos envidian.

         Pero, ¿por qué me ha venido al recuerdo esto y precisamente hoy? ¡Deben ser cosas mías y del eco!

        


  


sábado, 13 de septiembre de 2014

VÉRTIGO SE ESCRIBE CON UVE.



Que me perdonen los de la Asamblea Nacional Catalana, pero para mí ese descomunal montaje con la letrita, letrita… V, no empieza ni la palabra victoria, ni voto, ni voluntad; sino la de VÉRTIGO, pues tengo la sensación que todo está rotando o desplazándose a mi alrededor sin que sea capaz de salir de este aturdimiento.

Viendo lo que estamos viendo, se me han roto los esquemas. Los soberanistas no son un grupo de radicales con pendiente y mechero, sino cientos de miles de catalanes, tan normales como mi vecina de enfrente. Os aseguro que con estos ojos he contemplado a alguno hasta haciendo selfies. ¡A ver cómo les ninguneamos ahora!

Tampoco me aclaro con lo del motivo. Si todo este pifostio de la leche es para que les dejen votar, alguien me puede explicar por qué sólo escucho el grito “independència”. A no ser que votar sea con B y en lugar de un día jubiloso en las  urnas estén pensando en otro entretenimiento con los que ellos llaman con tanta sutileza los “españoles”.

Pero es que todavía me hunde más en la perplejidad la respuesta de nuestros serenísimos gobernantes. Esperabamos que el señor Rajoy, tras lo contundente del mensaje de la Diada, saliera, aunque fuera en su socorrida pantalla de plasma, y nos explicara qué pasa, qué se puede hacer, cómo se va a responder desde el respeto a las leyes y al sentir democrático de esos catalanes y de todos los españoles. Pues nada, silencio absoluto de don Tancredo, con el manido recurso a la Constitución y con la sutil amenaza de que se tienen preparadas  “todas la medidas” en el caso que no se cumpla con la ley.

Aquí tenemos a unos lanzados que se ha puesto ha  hacer malabares de fuego en medio del  pajar y el prudente vigilante no actúa porque ellos ya saben que la paja es inflamable.

Y por supuesto no busques que te lo aclaren en los medios de comunicación. Estos con el morbo y el espectáculo ya cumplen. De vergüenza lo de Cuatro de anoche. Lo que nos sobra en temas de este calado son Sálvames deluxe, tertulias de incompetentes y chillones, con elementos como la Pilar Rahola o  el Maruhenda. Pero ¿es pedir imposibles que en este país haya gente imparcial, ecuánime, razonable a los que se les de la palabra y que nos ayuden a situarnos en el centro del problema y en la búsqueda de caminos de salida?

Porque lo cierto es que,  por mucho que se empeñen los de la senyera en el torso, eso no es un asunto privado de los catalanes. También a nosotros nos atañe y nos jugamos  demasiado. No hay que ser un águila para temer que un roce allá acaba acá pero con nosotros por los suelos. Hoy por hoy estamos en el mismo barco y antes de trocearlo sería bueno que sus propietarios y usuarios nos paráramos juntos a ver si abriendo vías de agua no nos vamos todos a pique.


martes, 9 de septiembre de 2014

MIRA POR DÓNDE VA EL ROBE.



Conscientemente no quise ver el glorioso acto de exaltación regional “nuestras voces se alzan, nuestros cielos se llenan de banderas”, a gloria de nuestros ilustres prohombres, que año tras año nos eventan en el  “marco incomparable” de ese multiuso de colorines en que se ha convertido el Teatro Romano de Mérida. Me da una pereza insuperable el aguantar tanto pavoneo obsceno al brillo de miles de voltios, mientras los que pagamos esa barra libre tenemos que andar apagando luces por los pasillos y cuando no encendiendo velas.

No quería verlo, pero no me he dejado de enterar, pues el muro de las curiosidades que es el facebook se me llenó de vídeos, loas y vivas  a la intervención del  díscolo y corrosivo Robe Iniesta. Tales eran las alabanzas que me acomplejé y pensé, toma a ver si me he perdido la rajada del siglo. Así que me dije “agila”,“so payaso”, y mira de qué va esto. Para empezar la cosa prometía: el nuevo excelentísimo, para no defraudar a sus altos valedores encorbatados, vestía un impecable uniforme rock: pantalones vaqueros, camiseta de baratillo y pelo enrevesado.

Esperé, con oculta maldad, que les soltará a aquella entregada multitud de chicos bien lo “dejadme de hablar, no me hace reír, la gente normal se podía morir, lalalalalalalala!!!.

Pero no, no había ni una pizca de “arrebato”,  ni tampoco de postureo, soltó su perorata con la lentitud,  sencillez, veracidad y originalidad con la que se despacha en la “vereda de la puerta de atrás”. Y como usuario del lado oscuro, que  no deja de ser  un caso perdido aunque le condecore el imperio, también siguió el guión y denunció y revindicó. No era cuestión de hacer versos a la luna. Exigió más locales para que nuestras futuras generaciones desarrollen su espíritu creativo y no tengan que emigrar. Lo del Palacio de Congreso de Plasencia me pareció, con perdón para sus idolátricos fans, un ejemplo cándido. Eso de dejar nuestro preciado barquito en manos de las tribus altamirenses que pululan por las naves de la iglesia de San Juan, me pone los pelos culturales de punta.

            Pues sí, confieso, me valió la pena el youtubear. Gracias por la recomendación, amigos, porque ahora, visto lo visto,  sí que podré presumir de tener  el presi más enrollado y rockero del fantástico mundo de las autonomías. Ese que acompaña a Robe, medalla de Extremadura,  cuando canta:

Hay que dejar el camino social alquitranado 
porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas 
hay que volar libre al sol y al viento  repartiendo el amor que tengas dentro. 

            Entiéndase amor como 300 euros al año a nuestras abuelitas.
           







miércoles, 27 de agosto de 2014

PORQUE LA VIDA YA TE EMPUJA


En estos días se me están juntando las despedidas de algunos de los chavales de nuestros grupos que terminados sus estudios universitarios no les queda otra salida que emigrar en busca de un trabajo que no han podido encontrar en nuestros país y que nosotros no le hemos sabido dar.
En el momento de abrazarlos me embargan tantos sentimientos cruzados. Pero el que domina es el de la tristeza y la amargura. No os podéis imaginar cuánto me cuesta disimular el nudo de la garganta y contener  las lágrimas. Lágrimas no solo de pena sino de rabia, frustración y fracaso. Una inmensa frustración. Habíamos anhelado  que nuestros hijos conocieran una vida mejor que la que nosotros tuvimos y resulta que un huracán de despropósitos nos ha arrastrado por el túnel del tiempo hacia la España de nuestra infancia en los años 60. Una España en la que sus jóvenes solo tienen la opción de desaparecer o amoldarse a condiciones laborales indecentemente abusivas  y requiriendo del subsidio de sus padres.
Es cierto que por estas tierras estamos acostumbrados. La emigración es consustancial a nuestro ser extremeño, aunque por aquello del glamour nos llamemos conquistadores, pero pensábamos haber cambiado las maletas de cartón por un deslumbrante futuro dentro de nuestro país. Nuestros chicos serían profesores, médicos, biólogos en Zamora, Madrid…  Y resulta que todo eso era una ilusión, un escenario de cartón piedra.
Va siendo hora de que más que de generación perdida empecemos a  hablar de generación de irresponsables, la nuestra, la de los mayores: los unos por lanzarse a la fiebre del oro pensando que se vendían duros a peseta, los otros, entre los que me cuento, por mirar para otro lado. Con un sistema político degradado basado en partidos clientelistas que se alimentaban, y todos lo sabemos, de la burbuja inmobiliaria y los pelotazos urbanísticos. El objetivo de la recaudación de impuestos para contar con abundantes presupuestos para colocar a los del partido en empresas públicas municipales y consejos de dirección y cajas de ahorro con sueldos públicos; financiación ilegal de partidos y dinerito para el bolsillo de los más descarados.

Acostumbrados a comulgar con rueda de molino, ya no nos da escalofríos saber que la cifra del desempleo de los jóvenes supera el 54% (sin contar, claro está, con los que ya se han ido, que son multitud y que por cierto se quedan sin la cobertura sanitaria). Mientras la Roja siga metiendo goles y Cristiano nos enseñe sus despampanantes abdominales seguiremos embotados y aceptando con resignación estos males que se nos han echado encima, sin que nadie asuma responsabilidades y nadie pida perdón. Y yo creo que sí, que hemos de pedir perdón a los jóvenes, y no sé la responsabilidad que me toca, pero lo siento, chavales, os hemos fallado.

         Me conforta el ver con la ilusión, el desparpajo y el coraje con que partís. Sé que para muchos de vosotros el vivir en el extranjero no es nuevo ni os intimida.  Y deseo que vosotros y todos los que como vosotros se han ido a la emigración seáis felices y podáis en un futuro cercano regresar a nuestro país para contribuir, con vuestra capacidad, a nuestro futuro. Os necesitamos y os vamos a echar de menos.





lunes, 25 de agosto de 2014

UN OBISPO LIBRE AL LADO DE LOS DÉBILES.



Las crónicas dicen que con monseñor Echarren ha muerto hoy el último obispo de la “escuela de Tarancón”, una etiqueta que, por mucho que se empeñen en embarrarla los de la cruzada permanente, más que un baldón es un timbre de gloria. Según pasa el tiempo, veo que se agranda y se añora la figura de aquellos pastores de la década de los 70  inteligentes, sencillos, cercanos, atentos al sentir de su pueblo en un servicio pastoral comunitario, desde una fe inquebrantable y un amor a la Iglesia, sentida y vivida como Pueblo de Dios. Hombres tan creyentes como lúcidos que comprendieron que la religión, librada de intereses espurios y partidistas, podía y debía ser un poderoso instrumento de reconciliación y encuentro social y político en la transición y en la consolidación de la democracia en España. Y que estaban convencidos que la fe era perfectamente compatible con el ser y el actuar del hombre actual y sus aspiraciones más profundas, por lo que  movieron la vida eclesial, en los pocos años que los dejaron, en  esperanzados y fecundos caminos de novedad, de imaginación y frescura pastoral.
 
Tuve la dicha de que don Ramón me ordenara de diácono allá por el año 1975 en la catedral de Plasencia, siendo él obispo auxiliar de Madrid-Alcalá. Todavía guardo y releo parte de la homilía que nos dedicó a los ordenados aquella mañana, y que si no os hubiera dicho que era suya, seguro que se la hubierais atribuido al papa Francisco. Entresaco, como homenaje cariñoso en este día de su partida al Padre,  algunos de los párrafos que me han servido de GPS a lo largo de estos años.

“No nos hacemos sacerdotes para lograr unos efectos  determinados y una eficacia determinada; ni siquiera para implantar una Iglesia de esta o otra manera. Nos hacemos sacerdotes para compartir y sentir con la gente; compartir la debilidad humana, la angustia humana, el sufrimiento humano; compartir el cansancio y la falta de sentido que tantas veces tiene la vida y que con tanta frecuencia sufren los hombres.

Nos hacemos sacerdotes para dar cohesión eclesial y comunitaria a lo que el Espíritu mueve y promueve en todos y cada uno de los creyentes; para explicitar a la luz de la Buena Nueva todo lo bueno, justo, verdadero… que Dios impulsa en todo hombre de buena voluntad.

El sacerdote ha de ser hombre siempre disponible, el que siempre es capaz de acoger y es capaz de compartir siempre. No se trata, por tanto, de dar consejos, de ofrecer buenas palabras, sino de compartir con todas las consecuencias. Esto es lo que tiene que ser el sacerdote de nuestro tiempo. Un hombre LIBRE, un hombre que se ha liberado interiormente hasta de sí mismo, de sus ideas y de sus gustos, de sus ocupaciones y preocupaciones, para COMPARTIR SIEMPRE Y CONVIVIR SIEMPRE.

Jesús que no predicó teorías ni leyes, sino el Reino de Dios, no fue hombre del “establecimiento sacerdotal”, no puso su esperanza en el propio poder, en la posesión de grandes y eficaces medios; no anunció la Buena Nueva para los situados, para los poderosos, sino una esperanza de salvación y liberación para los pobres, los oprimidos, para los débiles del mundo.

Sed sacerdotes, concluyó,  en referencia siempre a Cristo, integrad  como él lo humano y lo espiritual.”


martes, 5 de agosto de 2014

LA VIDA NO ES UNA MÁQUINA DE CONCEDER DESEOS



Mucho me temo que voy a poner en brete mi reputación,  pero no me queda otra que confesar que acabo de leer y, lo que es peor, que me ha gustado bastante la novela de John Green  “Bajo la misma estrella”, una triste y romántica historia sobre los amores de dos adolescentes con cáncer que arrasa en los cines y las librerías estos días.

Ya empezó bien la cosa cuando hace unas tardes, al llegarle el ejemplar en la cinta transportadora del mostrador, la cajera dejó de ser el robot mecánico de buenos días ¿tiene usted la tarjeta Carrefour?adiós, y me preguntó, mirándome la cara de señor mayor, si había visto la película. Pues sí, la contesté, y precisamente por eso me llevo el libro. Quiero ver si son tan agudas, profundas, duras y divertidas las sorprendentes frases y reflexiones que sobre la adversidad y la enfermedad irreparable, el optimismo y la realidad, me fascinaron en la película. Qué bien, concluyó, pero ten a mano un paquete de pañuelos por si acaso. Y lo hizo con una sonrisa picarona, mientras la caja registradora vomitaba un sin fin de papelillos enristrados. Casi me derrito. Era monísima.

Como os he dicho, se trata de un romance, aunque en el transfondo hay mucho más, entre dos jóvenes que, en circunstancias adversas, se aferran a la vida y a los sueños, aquellos que a veces se cumplen y los que en casos como éste no lo hacen. “La vida, repetirá el libro, no es una máquina de conceder deseos”.  Hazel es una joven de 16 años deprimida, tiene cáncer de pulmón desde los 14 años. Forzada a asistir a una de las terapias de grupo que tanto aborrece conoce a Augustus, otro adolescente que acaba de superar la enfermedad tras haber sacrificado una pierna. Entre diálogos inteligentes y reflexiones inolvidables ambos inician una pequeña historia de amor, de aquel tipo dulce que hace sonreír ante su inocencia, pero amarga por el contexto en el que se desenvuelve.

A mi me ha impactado en especial la forma de hacernos ver, sin estereotipos y ni engañifas, nuestra calamitosa manera de afrontar el trato con estos enfermos y sus familias y sobre todo el reflejar con dureza pero con infinita ternura y humor la situación de estos chicos y el dolor inmenso que les causa el pensar en el daño que van a hacer a los que más quieres y  a los que con la muerte dejarán atrás.

Os invito a mis amigos jóvenes y también a los menos jóvenes  a disfrutar de este libro y también, si podéis y en el mundo del pirata todo es posible, de la película que le es bastante fiel. Seguro, que con que tengáis un poquito de tendencia a la piedad, vais a pensar, reír y llorar con esta versión actualizada y fantástica de  Love story.





sábado, 2 de agosto de 2014

ES UN ESCÁNDALO, ESCÁNDALO.



Cómo estaremos de hartos que no me ha hecho ni cosquillas lo de la mafia Pujol. Un escándalo más que añadir a la interminable y obscena lista de tropelías de nuestra intocable clase dirigente. Aquí nuestros próceres, desde la sala del trono a la bancada de mi ayuntamiento, no nos han privado de nada del panorama de la rapiña a plena luz del día, arropados en la mayor de las impunidades y de las desvergüenzas, consentidas y aplaudidas por unos votantes que más que de ciudadanos responsables ejercemos ante la corrupción como estúpidos aficionados de club, disculpando a los nuestros y clamando contra los contrarios.

En el timón del yate de lujo de nuestra democracia colocamos a un campechano playboy despendolado que a la vejez viruelas y los siento no volverá a ocurrir. No era impredecible que a partir de ahí el personal de a bordo se dedicará a la juerga marinera y el despelote total. Por allí corría una princesita de ojos marrones tras un gangster de músculos robustos y sonrisa profidén. Roldán, no el del cantar sino el calvo, esquivaba en calzoncillos, tras cien años de honradez, a los huerfanitos de la Guardia Civil. Barrionuevo y Vera, emulando a los agentes de la T.I.A., se escondían con sus pistolas de juguete tras las plácidas hamacas, esperando sorprender al señor X, arrobado en contemplar Flick o Flock, Filesas o Rumasas. Un señor bajito, con bigotes y acento californiano aflautado sacudía a popa con cierto disimulo la alfombra de Gescartera para tenerla limpita en la foto de las Azores. Por la aleta de estribor  se escurrían tres formales caballeros del departamento de sobres jugando al que reparte, reparte se queda con la mejor parte, en diferido y en Suiza. Por allá un galán de la Albufera  cambia de traje sin pudor, delante de todo el mundo: que hay que estar guapo, que va a venir el Papa y algo sacaremos de  la televisión. Alguno hace gorgoritos de tenor del Palau en el water del camarote… y mientras los paparazzi y sus  amigos de las teles les sonríen las gracias y les piden esas poses vips que también quedan en Coraçón –Coraçón.

Por lo demás, a la aguerrida y sindical tripulación no le podemos pedir que ponga orden en este crucero de la desfachatez, suficiente  tiene con capear ella las malditas e imprevisibles marejadas de Eres y Alayas.

No es extraño, pues, que a nuestro serenísimo presidente de gobierno, al ser preguntado en la floreada rueda de prensa de ayer sobre esto de la corrupción, le diera el tic del ojo derecho y contestara pues eso, que tarariii, tarariii  y que el guapo de la competencia nos prometa la cándida transparencia, cuando lo que estamos exigiendo, porque “podemos” y estamos hasta los metatarsos, es honradez, integridad, justicia y restitución total del dinero saqueado y chuleado.




lunes, 28 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE CONTEMPLAN EN LA MONTAÑA (8)

Para mí, en lo religioso, no ha sido la nueva imagen mediática del Papa en el comedor de los trabajadores del Vaticano la que más  me ha impactado estos días racional y emocionalmente, porque más que fijarme en lo insólito y ejemplar del gesto, me he quedado con la simpleza de que el hábito blanco no acababa de encajar entre tanta camisa polo. Pero eso de la ofuscación por fijarme en el descuadre de los hombres de Iglesia en la realidad actual es una rareza mía que me persigue desde años.

La foto que me tiene maravillado es ésta que he sacado del álbum del Campamento de la JEC y que ha captado hábil y poéticamente con su cámara de amateur nuestro presidente regional Álvaro Mota. En ella vemos como un grupo de jóvenes se encamina hacia un horizonte desconocido, pero hermoso, en medio de una naturaleza desbordante, con haces de luz y sombras reconfortadotas, y con el refugio de gastadas paredes de fincas que recuerdan la faena dejada para nuestro disfrute por generaciones anteriores. No creo que se pueda expresar mejor lo que es el paso de la adolescencia.

Una adolescencia, como vemos en el retrato, que necesita y gusta del brazo amistoso y sereno del adulto sobre su hombro, acompañándola en ese rally endiablado en el que los mayores hemos convertido su proyecto de vida. Sin recetas, sin estrategias interesadas, sin soluciones prefabricadas, sólo con el afecto a flor de piel y la coherencia de pensamiento y vida.

En este caso el abrazo viene de un sacerdote, Pepe Moreno, cuya vida se dedica totalmente a mostrar con los hechos a los chavales que el evangelio es vida y está en la vida. Y que, como él hace,  la vida se comparte y se compromete, se da cuidando  los pequeños gestos, gastando bromas y picando a la gente, haciendo pensar y rezando desde lo que el Padre nos deja cada jornada  y removiendo el lodo de las inquietudes de los jóvenes para que se conviertan en manantiales en un mundo en sequedad.

Si el icono de los primeros cristianos fue el Buen Pastor que carga con la oveja sobre sus hombros, bien podría valernos hoy como modelo de lo que nuestra gente espera del sacerdote la de este compañero que camina gozoso y solícito con la humildad y la certeza de su fe.













domingo, 27 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE CONTEMPLAN EN LA MONTAÑA (7)

Algo de envidia sí que me tienen, pero lo sobrellevan con conformidad gandhiana, que para algo soy el más anciano de la tribu con derecho a suite individual en este campamento de jóvenes, en idílico paraje de la Garganta de Cuartos en Losar de la Vera.  Porque ahora ando por la montaña. Y es que yo, en eso de  elegir a papá o mamá, me quedo con los dos: playa y montaña.

Raya mi placentera habitación, reservada por si acaso como enfermería, con el servicio de chicas, un lugar con el mismo tránsito que el cruce de metros en Sol, sólo que aquí la hora punta va de la siesta  a la madrugada. Son las horas de la mimada higiene dental y de confidencias cruzadas entre retretes y duchas, con un ir y venir de amazonas, a excepción de alguna, como Marta, que tiene estancia permanente como el jabón de mano y que se me antoja la acomodadora, aunque tengo mis dudas, teniendo en cuenta que sólo hay tres tazas y una con el letrero de averiada.

A eso de las dos y media de la madrugada me rindo y consiento a colocarme los tapones, que yo juraría que compré en una farmacia, aunque parecen más de champán que de oídos. Es ponerlos en las orejas y salen disparados. Y sólo así, aislado y entontecido concilio el sueño hasta las cinco de la mañana.

Porque es en este preciso momento en el que entra en escena la Conchi, una terca mosca cojonera a la que he dado este afectuoso apelativo en honor de una solícita feligresa de la que no me despego ni diciéndole que me están esperando para ir  hacer funcionar el botafumeiro.

Se trata del único bicho que pulula por la estancia.Y en un principio, con espíritu ecologista delicado, abrí la puerta y la ventana y le invite a salir a las periferias. No hubo forma, me dejó claro que ella había llegado antes y que no aceptaba desahucios. Fue el momento de acudir a los insecticidas y le dio un ataque de risa, me miró con cara de guasa: “con gasecitos a mi” que el primer perfume que saludó mi venida al mundo fue el  del sumidero de la sala esa de al lado.

            Pues ahí estamos, que puntualmente empieza sus ejercicios de planeo sobre mi oreja, zumbando alrededor del tapón como si fuera una torre de control, hasta que consigue despabilarme para que juguemos al escondite. Porque la hija del gran huevo es encender yo la luz y echar mano de la chancla con la que aplanar sus proyectos de futuro, e inmediatamente buscar ella refugio entre el hule de la mesa o los pliegues de las sábanas abandonando el campo abierto de la pared y el techo blanqueados.

            Esta mañana se lo he dicho claramente mientras se camuflaba en mi sudadera negra: “Bien, si quieres guerra, la tendrás. Avisada estás. Después del desayuno me traigo a Isma y a Lucas y esos calzan chancletas del número 52”. De salida he visto de reojo que estaba sobre el perchero y que me estaba haciendo algo así como un corte de patas delanteras. Y la verdad me he quedado fatal.


           


miércoles, 16 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (6)

He contemplado procesiones en los más variados y pintorescos lugares y con frecuencia, por  cumplimiento del convenio colectivo, he tenido que formar parte integrante del piadoso cortejo. Pero hoy, sorpresas que da la vida, me he superado con creces. A ver ¿quién de vosotros ustedes ha presenciado una procesión desde la visual de los delfines?

            Andaba dando brazadas entre las sosegadas olas del mediodía cuando escucho un repicar vibrante de las campanas y oteo a lo lejos una pequeña flotilla de embarcaciones pesqueras y deportivas que se van acercando a la línea en la que yo me estoy bañando. Al frente un pequeño barco pesquero adornado con guirnaldas y banderas españolas y andaluzas y en la proa una imagen deslumbrante de la Virgen del Carmen sentada sosteniendo al niño divino. Según se va acercando a la orilla, los cientos de bañistas que pueblan la playa se van agolpando a su alrededor metiéndose en el agua o permaneciendo en la arena frente a la nave, gritando vivas y guapa, aplaudiendo y levantando las brazos con gestos de alborozo y saludo. Desde luego fue un espectáculo impresionante el que ofrecía aquella masa ingente de devotos. No se me pusieron los pelos de punta porque los tenía a remojo, pero estuve a punto de dar coletazos de entusiasmo. Ciertamente Andalucía es la tierra y el agua de María Santísima.

            Por lo demás, hoy me ha tocado compartir espacio con una especie de asentamiento volante del hogar del pensionista de Jerez. Un grupo de matrimonios jubilados, comandados por el Lele, un andaluz pequeño y desgarbado que más que hablar pregonaba y que iba recibiendo a los colegas e indicándoles dónde colocar las hamacas con salidas de este cariz: “Me caguen en el co… (piiii)  de tu tía frasquita”, frase que tiene su intríngulis si se piensa despacio en lo de llevarlo a cabo. Poco amigo del sobeo de las cremas él defiende el axioma de que lo eficaz es echarse aceite de oliva, y puestos, pienso para mis adentros, un poquito de vinagre.

 Yo al Lele, con su gorra gris de marinero que heredaría de Spencer Trecy cuando estuvo rondado por estos mares la del Viejo y el Mar, le he apodado “Er señor de las Mareas”, leed bien, no el  que “las marea”, que también, porque les ha dado a sus dóciles compañeros, reacios a poner sus ajuares tan cerca del oleaje, toda una espléndida plática de cómo y cuándo se dan las mareas y ahora, joer, fiaros, esto no sube. Persuasivo no me pareció, me bastó observar que algunas de las recatadas damas solo escucharle se colocaron los cachivaches encima de las piernas y ahí  los aguantaron durante toda la mañana. Fue él también el que impulsó al grupo a la aventura, corriendo entre gritos de ¡qué buena está hoy! y lanzándose al océano en el que braceó a crol sin quitarse la gorra y manteniendo la cabeza fuera de agua con cuello de cisne, como esas señoras que van a la piscina media hora después de haber estado en el peluquero. El éxito fue similar, no hubo más nadadores y así  me quedé con las ganas de asistir a un ejercicio de natación sincronizada dirigida por el Lele.

Cuando les dejé se habían puesto a jugar. No a lo que estáis pensando. Lo del Bingo en la playa tiene mala salida: monedas de céntimos y arena no hacen buenas migas, y menos cuando  te falla la vista. Jugaban al parchís en un tablero pintado en la toalla con unas fichas descomunales y un dado que había que tirar con las dos manos.

Y ésta fue la crónica de la jornada. La última por ahora.  Mañana termina mi idílica estancia en esta playa encantada. Y cuando te expulsan del paraíso lo único que te apetece es llorar y eso se hace en la intimidad. Cerramos el capítulo de Chipiona, pero las perseidas siguen rasgando y embelleciendo los cielos de mi verano y el vuestro. Lo importante es descubrirlas y lo mejor es compartir la aparición de su paso fugaz y brillante con otro o con otros,  poder señalarlas estirando bien el dedo y decir: “mira, allí, allí hay otra…”.



martes, 15 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (5)


No lo he dicho, aunque os lo podéis imaginar, unos días y un sitio tan apropiado como éste me ofrecen ratos espaciosos para la oración y la meditación tranquila, en la que saborear textos tan bellos como este de San Buenaventura en el oficio de lectura de hoy: “Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad, no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos”.

Pero no era de esto de lo que os quería hablar hoy, sino de que anoche , por fin, cumplimos con la tradición, tan ineludible en la costa andaluza como el abrazo al Santo en Santiago, de salir de cena de pescaitos por los bares y restaurantes de la costa.

Escogimos el paseo de la Cruz del Mar. Un lugar espléndido y abarrotado, como la plaza de mi ciudad cuando reparten perrunillas a los jubilados. Las mesas  de las terrazas se sitúan a una y otra parte del paseo, unas pegadas a la pared de la playa y las otras junto a la cristalera del bar o restaurante respectivo. En el medio se ha dejado un estrecho pasillo por el que transita ávida una multitud incesante de fisgones que te observan a ti y tu plato con la dignidad y la intransigencia de Samantha Vallejo-Nágera en MasterChef. Alguno anda más despistao y nos confunde con uno de los tenderetes de artesanos que se intercalan entre las terrazas:"Paisa ¿Cuánto por esa riñonera?” Aprovecho y le intento colar el puñetero reloj de los cinco euros de Sprinter que me está martirizando la piel, pero por cincuenta machacos le parece excesivo. Y hasta hay alguna criatura desmandada que mete la mano en nuestra bandeja para coger patatas fritas. Menos mal que está al quite el manotazo de la mama: ¡Quillo, caca¡”.  Vale, señora, no es caviar del Caspio, pero tampoco…

 Ya veis, ¡un ambiente de lo más íntimo y romántico!

Enseguida nos traen la carta del menú con funda en skay granate y letras doradas. En el interior cintas de colores y una fina caligrafía Brus script 24. Inútil esfuerzo porque yo ya tengo tomada mi decisión y ningún adorno me va a distraer de mi opción.

Y llega ese instante excelso en el que el solícito camarero te dice aquello de: “y el caballero ¿qué va a tomar?”. Decirme caballero, a mí que lo más que he cabalgado ha sido una mula cana, me suena a música celestial. Así que, transportado por el halago, me regodeo en la petición… “A mi me va a poner… (redoble de tambores)… una ensalada mixta y una tapa de sardinas”.

Oye y lo que más me asombra, acostumbrado a pedir y suplicar de rodillas la cuenta en los restaurantes de mi tierra media y ni así, es la rapidez del servicio por estos lares. Que no has metido la primera cuchara en la ensalada y ya te han colocao encima el plato con las dos sardinas.

Tan rápido, tan rápido que cuando nos quisimos dar cuenta estábamos con la tarrina del helado de turrón y fresa a la puerta de la heladería y dispuestos a la vuelta al hogar.

Mientras escribo ahora, en la placidez de esta noche de luna, sigo dando vueltas al por qué nuestro diligente camarero al descorchar la botella del moscatel en lugar de dárnosla a escanciar se pegó sin pensárselo dos largos y profundos lingotazos y, sobre todo, por qué puso aquella cara de haber mordido una guindilla de Padrón cuando descubrió en el estuche plateado, donde encierran el secreto insondable de la cuenta a pagar, nuestra espléndida propina de cincuenta céntimos.


lunes, 14 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (4)

La caprichosa pleamar me ha encajonado esta tarde entre la pared del paseo marítimo y una tribu de animados y felices gordos. Tres o cuatro familias, a más lustrosa cada una de ellas, en la que podías encontrar desde una chiquillada de rollizos alevines, material incomparable para los experimentos de mi sobrino Toño en su cruzada científica contra la obesidad infantil, hasta los más cuadrados ejemplares del hombretón andaluz.

Como el que no quiere la cosa, puse mis cautelosos ojos en tres mamás cuarentonas, escogidas del conjunto. Tan rellenas y redonditas  que me trajeron a la memoria los pulidos bombos de la lotería de la Navidad. Y casi me da un soponcio que acaba con años de tratamientos cardiovasculares, cuando en medio de tales imaginaciones, oigo detrás de mi una voz que grita “Y el premio está al caer”.  No, no era la telepatía que había tomado cuerpo, sino que pasaba el bullanguero vendedor de la once.

De las tres gracias rubenianas una lucía una cintura con un círculo tan amplio y perfecto que llegué al convencimiento de que era una de esas matrioskas rusas que albergan en su interior otras muchas muñecas semejantes pero más pequeñas.  Y a un tris estuve de agarrarla por la cabeza y empezar a desenroscarla. Me contuve por una razón humanitaria y psicológica que con bigote y unos 98 kilos de peso reposaba en la tumbona contigua.

En vista de que podía despedirme de ampliar la panorámica visual playera con estas moles en rededor, me dedique a contemplar en su ámbito natural la actividad del metabolismo, causante clandestino, dicen, del sobrepeso y la obesidad. Y lo cierto es que el metabolismo no paró en toda la tarde: metabolismo de chocolate, metabolismo de paté, metabolismo de tortilla… ¡Qué metabolismo no habría, que el carrito de los pasteles que deambula sin parar de un lado para otro de la playa, hizo estación penitencial en medio de nuestro corro durante más de media hora¡

Ya en casa, subiendo solo en el ascensor, me ocurrió algo que hacía tiempo no me sucedía y es que al mirar distraídamente al espejo de fondo me salió una exclamación sorprendida: Pero ¿quién es esté tío que está tan buenazo!.... Lástima que para celebrarlo me embuchara en la cena un tazón doble de arroz con leche.



LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (3)

Mi habitación está tan en primera línea de playa que cuando sube la marea, como esta tarde, fantaseo con la idea delirante de estar viajando en el alcázar de un galeón. Es más, durante un tiempo llegue a creer, os lo aseguro con la aprensión aún en el cuerpo, que formaba parte de la tripulación del legendario ballenero Pequod en busca de Moby-Dick. Y es que a lo largo de varias noches tardé en conciliar el sueño soliviantado por unos raros golpeos como de una pierna inerte sobre la escotilla. Y  esos pasos, en mi imaginación novelera, no podían ser otros que los del tiránico y obsesivo capitán Ahab en uno alguno de sus inquietantes vagundeos nocturnos. Bueno, la cosa vino a menos cuando descubrí que mi vecino del 103 usaba bastones y un taca-taca.

Tampoco es que esté ayudando mucho en esto de entusiasmarme con lo de estar cerquita del mar el hecho de acabar de leer la crónica del Tsunami que en  6 de diciembre de 1755 se engulló en este mismo lugar y  de un solo trago a las barrancas del convento, a la iglesia, al convento y a los frailes que  tozudamente permanecieron en él con la piadosa idea de que en último instante la Virgen les enviaría algún tipo de chalecos salvavidas, sin percatarse, cándidas criaturas, que aún no se había inventado ni el nailon ni el plástico.
 
Yo en esto de la capacitación profesional de la Virgen como socorrista tengo mi propia teoría, fruto de la experiencia. Y es que por estas fechas de las fiestas del Carmen, hace unos años, participé en una procesión marinera en Adra. La cosa fue de maravilla mientras que el paseo se desarrollaba por las tranquilas aguas de la bahía de puerto seguido desde la dársena por cientos de personas. Pero he aquí que el patrón del barco tuvo el dudoso capricho de llevar la procesión a mar abierto para bendecir también aquellos campos salobles y su cosecha. Y  ya se sabe, donde hay capitán... Así que salimos a las aguas libres en una noche en la que más que calma chicha tocaba movida bien removida. De tal manera que al instante el pequeño navío festero se convirtió en el barco vikingo de la feria. Tan pronto los de proa estábamos tocando estrellas, como bajamos a ras de las aguas, temblando más que un flan de huevo en la bandeja de un camarero con parkinson. Yo, dentro de lo que el pánico me dejaba, buscaba con mirada suplicante la imagen sacudida de la Virgen. Y no sé por qué tuve la sensación de que más que tranquilidad lo que ella me ofreció fue cordura. Así que ni corto ni perezoso fui al jefe y le espeté en plan capellán de la expedición: vámonos a puerto que a esta Virgen no le hemos pagado horas ni servicios extras. Cuando pisé tierra firme tan superviviente y liberado me sentí que tuve que besar a la mujer del patrón para no ir haciéndolo con todos los amarraderos que encontraba a mi paso.


domingo, 13 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (2)

Ya me gustaría a mí que alguien me enseñara como marcar mi territorio en la playa sin tener que emular a los canes en eso de levantar la patita en el mástil de la primera sombrilla que se tercie. Llego tempranito y, a esa hora, en la arena hay menos público que en la despedida de soltero de Adán, así que coloco  mi austera y desolada silla plegable y encima una toalla de colores bien llamativos y divisables a larga distancia, que uno sabe de dónde parte pero no cómo se vuelve, y me largo con viento a favor a hacer mi recorrido matutino chapoteando despreocupado en el borde de ese lomo ondulado y  nervioso que es en Chipiona el Atlántico.
Pero a la vuelta, Picha, mi trono de acero inoxidable ha sido engullido por un bosque de setas de colores, confortables tumbonas, cientos de cacharros de plástico y obsequiosas neveras portátiles. A uno y otro lado, por delante y por detrás, allí están abrigándome y deleitándome con sus charlas familias enteras, yo diría más bien clanes por su  número. Y me dejo llevar: y ahora escucho a los de la derecha, que a lo visto, quillo, no están por que el primo les invite a su casa que ellos han venido a la playa y no a ver lo bien que tienen el  patio del apartamento y, los de delante, que vaya,  que esto ni es verano ni  es náaa… y salen las primeras cervezas, y los bocata de jamón en suaves emparedados de pan de molde.

Y mientras, según van decidiéndose a bajar a la orilla, en un rito que me produce una sugestión insuperable, se van engrasando mutuamente sus cuerpos con la crema protectora. Me he fijado que, quitando a los niños, es algo reservado rigurosamente a la pareja. Es la abuela o el abuelo el que esparce cuidadosamente la pasta lechosa sobre el dorso de su conyugue y  así también lo hacen la pareja de novios. Y, entonces, me he puesto bíblico y  me he dicho: claro aquí está la explicación de por qué yo no consigo el moreno integral.  Por mucho que me contorsione no hay forma de que el unte llegue al envoltorio de las costillas superiores, de las que a lo visto salio Eva. Y claro, los del celibato ni tocar ni ser tocado por la “costilla”. Así que, cuando veáis en la playa o en la piscina a un paisano con la espalda más roja y picante que un pimiento de Mesillas no lo dudéis, es de mi gremio.

miércoles, 9 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (I)



Mi verano empieza cuando voy depositando sin orden ni concierto los bártulos del campamento en el capó del coche. No el 21 de junio, que es cuando dice el calendario astronómico, sino cuando dejo arriba, en el piso de mi casa, las persianas echadas, los electrodomésticos desenchufados y las tareas y cargos eclesiásticos bien dobladitos en el segundo cajón de la  mesa de despacho.

Es arrancar el Ford y sentirme feliz, intrigado por las sorpresas que con seguridad me depararán estos meses  y, sobre todo, libre. Libre y nostálgico como se siente el actor al terminar la función de noche y saber que vuelve a ser el mismo, tan distinto del que el espectador ha admirado y contemplado. Si me gusta el verano es porque me devuelve a lo mejor de mí mismo. Aquel que se acepta sin maquillajes ni componendas, que sale a la intemperie y se deja zarandear por el atrevimiento de los jóvenes y la simplicidad  y la sinceridad de los niños. Aquel que se sumerge embelesado en el anonimato de la masa desinhibida y gozosa de la playa.



Y es justamente ahí, en esos días en los que me recupero a mi mismo, cuando paradójicamente me siento mucho más y ¿por qué no? mejor cura. Ya que viviendo de esa manera me vuelvo a reencontrar y me reafirmo en aquel amor primero con el que me decidí a seguir a Jesús  ya hace varias décadas, sin  darle importancia al atrezo y el escenario sacral, sin reverencias y credenciales crelicales, oferente de esa hostia total de la creación que tan sobrecogedora y místicamente describe Teilhar de Chardin en su Misa sobre el Mundo, convencido que no hay templo mejor que el Universo, ni feligresía más apta que la humanidad, ni rito más vivo y agradable a Dios que la propia existencia con sus gozos y las esperanzas, tristezas y angustias. No lo digo yo, se lo dijo en confidencia de verano, a la sombra y junto a un pozo, Jesús a la Samaritana: “A mi Padre se le adora en espíritu y verdad”.

viernes, 13 de junio de 2014

LA MONARQUÍA SE NOS HA VUELTO LAICA.


Para sorpresa mía una inmensa mayoría de los católicos de este país hemos acogido con normalidad y hasta con satisfacción el hecho de que la proclamación del rey Felipe VI, a diferencia de la de su padre, se haga sin actos ni símbolos religiosos.

Los motivos pueden ser muy distintos, pero todos coincidimos en que ya no vale el mantener la presencia monopolizadora de lo religioso católico por razones históricas patrias, identificadas siempre con  lo cristiano, o por ese artificio estadístico de que los católicos somos la confesión religiosa mayoritaria. Cosa bastante discutible para cualquier observador atento de la situación de esas masas que se manifiestan católicas, ya que verá que ese "ser católico" es más que nada una expresión nostálgica de un “pertenencia cultural”, una pertenencia sin creencia y con una nula identificación con la Iglesia.

Va siendo hora de que los actos religiosos se vivan desde la fe, personal o colectiva y no desde las apariencias de fe vinculadas a intereses políticos y culturales. A  mi, como creyente en Cristo, me desconcierta ver a políticos no creyentes en una celebración eucarística, por ejemplo con motivo de los llamados funerales de estado o de las fiestas patronales, y, para mayor oprobio, ocupando un lugar de honor y hasta ser incensados con solemnidad pontifical.

Jesús nos dijo: “no echéis vuestra perlas delante de los puercos” (ojo, tomarlo metafóricamente)  y los primeros cristianos practicaban la “ley del arcano”, ocultando los sacramentos a la mirada de quienes eran incapaces de venerarlos. Me gustaría que los cristianos actuales cuidáramos más no solo la protección de datos, sino también de la del misterio.