La caprichosa
pleamar me ha encajonado esta tarde entre la pared del paseo marítimo y una
tribu de animados y felices gordos. Tres o cuatro familias, a más lustrosa cada
una de ellas, en la que podías encontrar desde una chiquillada de rollizos alevines,
material incomparable para los experimentos de mi sobrino Toño en su cruzada
científica contra la obesidad infantil, hasta los más cuadrados ejemplares del
hombretón andaluz.
Como el que no
quiere la cosa, puse mis cautelosos ojos en tres mamás cuarentonas, escogidas
del conjunto. Tan rellenas y redonditas que me trajeron a la memoria los pulidos bombos
de la lotería de la Navidad. Y casi me da un soponcio que acaba con años de
tratamientos cardiovasculares, cuando en medio de tales imaginaciones, oigo detrás
de mi una voz que grita “Y el premio está al caer”. No, no era la telepatía que había tomado
cuerpo, sino que pasaba el bullanguero vendedor de la once.
De las tres gracias
rubenianas una lucía una cintura con un círculo tan amplio y perfecto que llegué
al convencimiento de que era una de esas matrioskas rusas que albergan en su
interior otras muchas muñecas semejantes pero más pequeñas. Y a un tris estuve de agarrarla por la cabeza
y empezar a desenroscarla. Me contuve por una razón humanitaria y psicológica
que con bigote y unos 98 kilos de peso reposaba en la tumbona contigua.
En vista de
que podía despedirme de ampliar la panorámica visual playera con estas moles en
rededor, me dedique a contemplar en su ámbito natural la actividad del
metabolismo, causante clandestino, dicen, del sobrepeso y la obesidad. Y lo
cierto es que el metabolismo no paró en toda la tarde: metabolismo de
chocolate, metabolismo de paté, metabolismo de tortilla… ¡Qué metabolismo no
habría, que el carrito de los pasteles que deambula sin parar de un lado para
otro de la playa, hizo estación penitencial en medio de nuestro corro durante más
de media hora¡
Ya en casa,
subiendo solo en el ascensor, me ocurrió algo que hacía tiempo no me sucedía y
es que al mirar distraídamente al espejo de fondo me salió una exclamación
sorprendida: Pero ¿quién es esté tío que está tan buenazo!.... Lástima que para
celebrarlo me embuchara en la cena un tazón doble de arroz con leche.
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