lunes, 14 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (4)

La caprichosa pleamar me ha encajonado esta tarde entre la pared del paseo marítimo y una tribu de animados y felices gordos. Tres o cuatro familias, a más lustrosa cada una de ellas, en la que podías encontrar desde una chiquillada de rollizos alevines, material incomparable para los experimentos de mi sobrino Toño en su cruzada científica contra la obesidad infantil, hasta los más cuadrados ejemplares del hombretón andaluz.

Como el que no quiere la cosa, puse mis cautelosos ojos en tres mamás cuarentonas, escogidas del conjunto. Tan rellenas y redonditas  que me trajeron a la memoria los pulidos bombos de la lotería de la Navidad. Y casi me da un soponcio que acaba con años de tratamientos cardiovasculares, cuando en medio de tales imaginaciones, oigo detrás de mi una voz que grita “Y el premio está al caer”.  No, no era la telepatía que había tomado cuerpo, sino que pasaba el bullanguero vendedor de la once.

De las tres gracias rubenianas una lucía una cintura con un círculo tan amplio y perfecto que llegué al convencimiento de que era una de esas matrioskas rusas que albergan en su interior otras muchas muñecas semejantes pero más pequeñas.  Y a un tris estuve de agarrarla por la cabeza y empezar a desenroscarla. Me contuve por una razón humanitaria y psicológica que con bigote y unos 98 kilos de peso reposaba en la tumbona contigua.

En vista de que podía despedirme de ampliar la panorámica visual playera con estas moles en rededor, me dedique a contemplar en su ámbito natural la actividad del metabolismo, causante clandestino, dicen, del sobrepeso y la obesidad. Y lo cierto es que el metabolismo no paró en toda la tarde: metabolismo de chocolate, metabolismo de paté, metabolismo de tortilla… ¡Qué metabolismo no habría, que el carrito de los pasteles que deambula sin parar de un lado para otro de la playa, hizo estación penitencial en medio de nuestro corro durante más de media hora¡

Ya en casa, subiendo solo en el ascensor, me ocurrió algo que hacía tiempo no me sucedía y es que al mirar distraídamente al espejo de fondo me salió una exclamación sorprendida: Pero ¿quién es esté tío que está tan buenazo!.... Lástima que para celebrarlo me embuchara en la cena un tazón doble de arroz con leche.



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