La batalla campal del domingo pasado entre aficionados de futbol me ha
traído a la mente la imagen bestial y el mensaje denuncia del cuadro más real y
cruel de las pinturas negras de Goya, el “Duelo a Garrotazos”. Según los
expertos simboliza la lucha fraticida entre españoles que luchan despiadada e
irracionalmente para acabar el uno con el otro. Allí están los dos, sumergidos
en arenas movedizas, enterrados hasta las rodillas, y en vez de tratar de salvarse,
se golpean con saña el uno al otro con los garrotes. La cara del hombre a la
izquierda está sangrando. Ese hombre está casi muerto pero todavía está
luchando. El otro le sacude inclemente. Tremenda forma, quiere decirnos el
genial baturro, la que usamos los españoles para solventar los conflictos y
hacer avanzar a una nación con continuos y ensangrentados enfrentamientos civiles.
Nos resulta inconcebible y nauseabundo que hoy día hombres hechos y
derechos puedan realizar estas bestialidades,
como son el citarse para descalabrarse y en comandita lanzar a la muerte a un
herido a las aguas del Manzanares ¿Pero qué malnacidos, qué alimañas andan
sueltas entre nosotros? ¿No hemos sido capaces en estos dos siglos de dolorosa
historia de arrancar de cuajo esta violencia brutal y atávica que se nos
atribuye a los españoles?
Lo evidente es que tenemos cierto personal que aprovecha cualquier recoveco,
ya sea el futbol, la borrachera del finde, la manifestación de las mareas o la discusión
en la escalera de vecino para liarse a mamporrazos. Y no entro ahora en la
violencia que se ejerce contra las mujeres y los menores, en el acoso escolar y
demás depravaciones que proliferan en
nuestro alrededor. No, no nos engañemos, por muy europeos y occidentales que nos
creamos, no vivimos en el mejor de los mundos y nos queda mucho para llegar a
lograr que sea realidad al rayo de esperanza y de vida de la superación de la
violencia que el color del cuadro de Goya apunta con su colorido.
No se me oculta que la solución
al salvajismo no es sencilla ni única, que hay que continuar fomentando
actitudes y comportamientos saludables en los jóvenes y los niños, que habrá que trabajar en los entornos familiares más desestructurados, que tomar medidas drásticas frente a la
barbarie, que hacer frente a las desigualdades de sexo y las prácticas
culturales adversas y que, por supuesto, habrá que prestar atención a los
factores culturales, sociales y económicos que son el caldo de cultivo de mucha
de esta violencia. Pero esto supone aceptar que la desgracia del domingo, más
que un suceso esporádico y fanático deportivo,
es el síntoma de una enfermedad social generalizada que necesita de mayor
preocupación y atención.
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