lunes, 28 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE CONTEMPLAN EN LA MONTAÑA (8)

Para mí, en lo religioso, no ha sido la nueva imagen mediática del Papa en el comedor de los trabajadores del Vaticano la que más  me ha impactado estos días racional y emocionalmente, porque más que fijarme en lo insólito y ejemplar del gesto, me he quedado con la simpleza de que el hábito blanco no acababa de encajar entre tanta camisa polo. Pero eso de la ofuscación por fijarme en el descuadre de los hombres de Iglesia en la realidad actual es una rareza mía que me persigue desde años.

La foto que me tiene maravillado es ésta que he sacado del álbum del Campamento de la JEC y que ha captado hábil y poéticamente con su cámara de amateur nuestro presidente regional Álvaro Mota. En ella vemos como un grupo de jóvenes se encamina hacia un horizonte desconocido, pero hermoso, en medio de una naturaleza desbordante, con haces de luz y sombras reconfortadotas, y con el refugio de gastadas paredes de fincas que recuerdan la faena dejada para nuestro disfrute por generaciones anteriores. No creo que se pueda expresar mejor lo que es el paso de la adolescencia.

Una adolescencia, como vemos en el retrato, que necesita y gusta del brazo amistoso y sereno del adulto sobre su hombro, acompañándola en ese rally endiablado en el que los mayores hemos convertido su proyecto de vida. Sin recetas, sin estrategias interesadas, sin soluciones prefabricadas, sólo con el afecto a flor de piel y la coherencia de pensamiento y vida.

En este caso el abrazo viene de un sacerdote, Pepe Moreno, cuya vida se dedica totalmente a mostrar con los hechos a los chavales que el evangelio es vida y está en la vida. Y que, como él hace,  la vida se comparte y se compromete, se da cuidando  los pequeños gestos, gastando bromas y picando a la gente, haciendo pensar y rezando desde lo que el Padre nos deja cada jornada  y removiendo el lodo de las inquietudes de los jóvenes para que se conviertan en manantiales en un mundo en sequedad.

Si el icono de los primeros cristianos fue el Buen Pastor que carga con la oveja sobre sus hombros, bien podría valernos hoy como modelo de lo que nuestra gente espera del sacerdote la de este compañero que camina gozoso y solícito con la humildad y la certeza de su fe.













domingo, 27 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE CONTEMPLAN EN LA MONTAÑA (7)

Algo de envidia sí que me tienen, pero lo sobrellevan con conformidad gandhiana, que para algo soy el más anciano de la tribu con derecho a suite individual en este campamento de jóvenes, en idílico paraje de la Garganta de Cuartos en Losar de la Vera.  Porque ahora ando por la montaña. Y es que yo, en eso de  elegir a papá o mamá, me quedo con los dos: playa y montaña.

Raya mi placentera habitación, reservada por si acaso como enfermería, con el servicio de chicas, un lugar con el mismo tránsito que el cruce de metros en Sol, sólo que aquí la hora punta va de la siesta  a la madrugada. Son las horas de la mimada higiene dental y de confidencias cruzadas entre retretes y duchas, con un ir y venir de amazonas, a excepción de alguna, como Marta, que tiene estancia permanente como el jabón de mano y que se me antoja la acomodadora, aunque tengo mis dudas, teniendo en cuenta que sólo hay tres tazas y una con el letrero de averiada.

A eso de las dos y media de la madrugada me rindo y consiento a colocarme los tapones, que yo juraría que compré en una farmacia, aunque parecen más de champán que de oídos. Es ponerlos en las orejas y salen disparados. Y sólo así, aislado y entontecido concilio el sueño hasta las cinco de la mañana.

Porque es en este preciso momento en el que entra en escena la Conchi, una terca mosca cojonera a la que he dado este afectuoso apelativo en honor de una solícita feligresa de la que no me despego ni diciéndole que me están esperando para ir  hacer funcionar el botafumeiro.

Se trata del único bicho que pulula por la estancia.Y en un principio, con espíritu ecologista delicado, abrí la puerta y la ventana y le invite a salir a las periferias. No hubo forma, me dejó claro que ella había llegado antes y que no aceptaba desahucios. Fue el momento de acudir a los insecticidas y le dio un ataque de risa, me miró con cara de guasa: “con gasecitos a mi” que el primer perfume que saludó mi venida al mundo fue el  del sumidero de la sala esa de al lado.

            Pues ahí estamos, que puntualmente empieza sus ejercicios de planeo sobre mi oreja, zumbando alrededor del tapón como si fuera una torre de control, hasta que consigue despabilarme para que juguemos al escondite. Porque la hija del gran huevo es encender yo la luz y echar mano de la chancla con la que aplanar sus proyectos de futuro, e inmediatamente buscar ella refugio entre el hule de la mesa o los pliegues de las sábanas abandonando el campo abierto de la pared y el techo blanqueados.

            Esta mañana se lo he dicho claramente mientras se camuflaba en mi sudadera negra: “Bien, si quieres guerra, la tendrás. Avisada estás. Después del desayuno me traigo a Isma y a Lucas y esos calzan chancletas del número 52”. De salida he visto de reojo que estaba sobre el perchero y que me estaba haciendo algo así como un corte de patas delanteras. Y la verdad me he quedado fatal.


           


miércoles, 16 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (6)

He contemplado procesiones en los más variados y pintorescos lugares y con frecuencia, por  cumplimiento del convenio colectivo, he tenido que formar parte integrante del piadoso cortejo. Pero hoy, sorpresas que da la vida, me he superado con creces. A ver ¿quién de vosotros ustedes ha presenciado una procesión desde la visual de los delfines?

            Andaba dando brazadas entre las sosegadas olas del mediodía cuando escucho un repicar vibrante de las campanas y oteo a lo lejos una pequeña flotilla de embarcaciones pesqueras y deportivas que se van acercando a la línea en la que yo me estoy bañando. Al frente un pequeño barco pesquero adornado con guirnaldas y banderas españolas y andaluzas y en la proa una imagen deslumbrante de la Virgen del Carmen sentada sosteniendo al niño divino. Según se va acercando a la orilla, los cientos de bañistas que pueblan la playa se van agolpando a su alrededor metiéndose en el agua o permaneciendo en la arena frente a la nave, gritando vivas y guapa, aplaudiendo y levantando las brazos con gestos de alborozo y saludo. Desde luego fue un espectáculo impresionante el que ofrecía aquella masa ingente de devotos. No se me pusieron los pelos de punta porque los tenía a remojo, pero estuve a punto de dar coletazos de entusiasmo. Ciertamente Andalucía es la tierra y el agua de María Santísima.

            Por lo demás, hoy me ha tocado compartir espacio con una especie de asentamiento volante del hogar del pensionista de Jerez. Un grupo de matrimonios jubilados, comandados por el Lele, un andaluz pequeño y desgarbado que más que hablar pregonaba y que iba recibiendo a los colegas e indicándoles dónde colocar las hamacas con salidas de este cariz: “Me caguen en el co… (piiii)  de tu tía frasquita”, frase que tiene su intríngulis si se piensa despacio en lo de llevarlo a cabo. Poco amigo del sobeo de las cremas él defiende el axioma de que lo eficaz es echarse aceite de oliva, y puestos, pienso para mis adentros, un poquito de vinagre.

 Yo al Lele, con su gorra gris de marinero que heredaría de Spencer Trecy cuando estuvo rondado por estos mares la del Viejo y el Mar, le he apodado “Er señor de las Mareas”, leed bien, no el  que “las marea”, que también, porque les ha dado a sus dóciles compañeros, reacios a poner sus ajuares tan cerca del oleaje, toda una espléndida plática de cómo y cuándo se dan las mareas y ahora, joer, fiaros, esto no sube. Persuasivo no me pareció, me bastó observar que algunas de las recatadas damas solo escucharle se colocaron los cachivaches encima de las piernas y ahí  los aguantaron durante toda la mañana. Fue él también el que impulsó al grupo a la aventura, corriendo entre gritos de ¡qué buena está hoy! y lanzándose al océano en el que braceó a crol sin quitarse la gorra y manteniendo la cabeza fuera de agua con cuello de cisne, como esas señoras que van a la piscina media hora después de haber estado en el peluquero. El éxito fue similar, no hubo más nadadores y así  me quedé con las ganas de asistir a un ejercicio de natación sincronizada dirigida por el Lele.

Cuando les dejé se habían puesto a jugar. No a lo que estáis pensando. Lo del Bingo en la playa tiene mala salida: monedas de céntimos y arena no hacen buenas migas, y menos cuando  te falla la vista. Jugaban al parchís en un tablero pintado en la toalla con unas fichas descomunales y un dado que había que tirar con las dos manos.

Y ésta fue la crónica de la jornada. La última por ahora.  Mañana termina mi idílica estancia en esta playa encantada. Y cuando te expulsan del paraíso lo único que te apetece es llorar y eso se hace en la intimidad. Cerramos el capítulo de Chipiona, pero las perseidas siguen rasgando y embelleciendo los cielos de mi verano y el vuestro. Lo importante es descubrirlas y lo mejor es compartir la aparición de su paso fugaz y brillante con otro o con otros,  poder señalarlas estirando bien el dedo y decir: “mira, allí, allí hay otra…”.



martes, 15 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (5)


No lo he dicho, aunque os lo podéis imaginar, unos días y un sitio tan apropiado como éste me ofrecen ratos espaciosos para la oración y la meditación tranquila, en la que saborear textos tan bellos como este de San Buenaventura en el oficio de lectura de hoy: “Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad, no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos”.

Pero no era de esto de lo que os quería hablar hoy, sino de que anoche , por fin, cumplimos con la tradición, tan ineludible en la costa andaluza como el abrazo al Santo en Santiago, de salir de cena de pescaitos por los bares y restaurantes de la costa.

Escogimos el paseo de la Cruz del Mar. Un lugar espléndido y abarrotado, como la plaza de mi ciudad cuando reparten perrunillas a los jubilados. Las mesas  de las terrazas se sitúan a una y otra parte del paseo, unas pegadas a la pared de la playa y las otras junto a la cristalera del bar o restaurante respectivo. En el medio se ha dejado un estrecho pasillo por el que transita ávida una multitud incesante de fisgones que te observan a ti y tu plato con la dignidad y la intransigencia de Samantha Vallejo-Nágera en MasterChef. Alguno anda más despistao y nos confunde con uno de los tenderetes de artesanos que se intercalan entre las terrazas:"Paisa ¿Cuánto por esa riñonera?” Aprovecho y le intento colar el puñetero reloj de los cinco euros de Sprinter que me está martirizando la piel, pero por cincuenta machacos le parece excesivo. Y hasta hay alguna criatura desmandada que mete la mano en nuestra bandeja para coger patatas fritas. Menos mal que está al quite el manotazo de la mama: ¡Quillo, caca¡”.  Vale, señora, no es caviar del Caspio, pero tampoco…

 Ya veis, ¡un ambiente de lo más íntimo y romántico!

Enseguida nos traen la carta del menú con funda en skay granate y letras doradas. En el interior cintas de colores y una fina caligrafía Brus script 24. Inútil esfuerzo porque yo ya tengo tomada mi decisión y ningún adorno me va a distraer de mi opción.

Y llega ese instante excelso en el que el solícito camarero te dice aquello de: “y el caballero ¿qué va a tomar?”. Decirme caballero, a mí que lo más que he cabalgado ha sido una mula cana, me suena a música celestial. Así que, transportado por el halago, me regodeo en la petición… “A mi me va a poner… (redoble de tambores)… una ensalada mixta y una tapa de sardinas”.

Oye y lo que más me asombra, acostumbrado a pedir y suplicar de rodillas la cuenta en los restaurantes de mi tierra media y ni así, es la rapidez del servicio por estos lares. Que no has metido la primera cuchara en la ensalada y ya te han colocao encima el plato con las dos sardinas.

Tan rápido, tan rápido que cuando nos quisimos dar cuenta estábamos con la tarrina del helado de turrón y fresa a la puerta de la heladería y dispuestos a la vuelta al hogar.

Mientras escribo ahora, en la placidez de esta noche de luna, sigo dando vueltas al por qué nuestro diligente camarero al descorchar la botella del moscatel en lugar de dárnosla a escanciar se pegó sin pensárselo dos largos y profundos lingotazos y, sobre todo, por qué puso aquella cara de haber mordido una guindilla de Padrón cuando descubrió en el estuche plateado, donde encierran el secreto insondable de la cuenta a pagar, nuestra espléndida propina de cincuenta céntimos.


lunes, 14 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (4)

La caprichosa pleamar me ha encajonado esta tarde entre la pared del paseo marítimo y una tribu de animados y felices gordos. Tres o cuatro familias, a más lustrosa cada una de ellas, en la que podías encontrar desde una chiquillada de rollizos alevines, material incomparable para los experimentos de mi sobrino Toño en su cruzada científica contra la obesidad infantil, hasta los más cuadrados ejemplares del hombretón andaluz.

Como el que no quiere la cosa, puse mis cautelosos ojos en tres mamás cuarentonas, escogidas del conjunto. Tan rellenas y redonditas  que me trajeron a la memoria los pulidos bombos de la lotería de la Navidad. Y casi me da un soponcio que acaba con años de tratamientos cardiovasculares, cuando en medio de tales imaginaciones, oigo detrás de mi una voz que grita “Y el premio está al caer”.  No, no era la telepatía que había tomado cuerpo, sino que pasaba el bullanguero vendedor de la once.

De las tres gracias rubenianas una lucía una cintura con un círculo tan amplio y perfecto que llegué al convencimiento de que era una de esas matrioskas rusas que albergan en su interior otras muchas muñecas semejantes pero más pequeñas.  Y a un tris estuve de agarrarla por la cabeza y empezar a desenroscarla. Me contuve por una razón humanitaria y psicológica que con bigote y unos 98 kilos de peso reposaba en la tumbona contigua.

En vista de que podía despedirme de ampliar la panorámica visual playera con estas moles en rededor, me dedique a contemplar en su ámbito natural la actividad del metabolismo, causante clandestino, dicen, del sobrepeso y la obesidad. Y lo cierto es que el metabolismo no paró en toda la tarde: metabolismo de chocolate, metabolismo de paté, metabolismo de tortilla… ¡Qué metabolismo no habría, que el carrito de los pasteles que deambula sin parar de un lado para otro de la playa, hizo estación penitencial en medio de nuestro corro durante más de media hora¡

Ya en casa, subiendo solo en el ascensor, me ocurrió algo que hacía tiempo no me sucedía y es que al mirar distraídamente al espejo de fondo me salió una exclamación sorprendida: Pero ¿quién es esté tío que está tan buenazo!.... Lástima que para celebrarlo me embuchara en la cena un tazón doble de arroz con leche.



LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (3)

Mi habitación está tan en primera línea de playa que cuando sube la marea, como esta tarde, fantaseo con la idea delirante de estar viajando en el alcázar de un galeón. Es más, durante un tiempo llegue a creer, os lo aseguro con la aprensión aún en el cuerpo, que formaba parte de la tripulación del legendario ballenero Pequod en busca de Moby-Dick. Y es que a lo largo de varias noches tardé en conciliar el sueño soliviantado por unos raros golpeos como de una pierna inerte sobre la escotilla. Y  esos pasos, en mi imaginación novelera, no podían ser otros que los del tiránico y obsesivo capitán Ahab en uno alguno de sus inquietantes vagundeos nocturnos. Bueno, la cosa vino a menos cuando descubrí que mi vecino del 103 usaba bastones y un taca-taca.

Tampoco es que esté ayudando mucho en esto de entusiasmarme con lo de estar cerquita del mar el hecho de acabar de leer la crónica del Tsunami que en  6 de diciembre de 1755 se engulló en este mismo lugar y  de un solo trago a las barrancas del convento, a la iglesia, al convento y a los frailes que  tozudamente permanecieron en él con la piadosa idea de que en último instante la Virgen les enviaría algún tipo de chalecos salvavidas, sin percatarse, cándidas criaturas, que aún no se había inventado ni el nailon ni el plástico.
 
Yo en esto de la capacitación profesional de la Virgen como socorrista tengo mi propia teoría, fruto de la experiencia. Y es que por estas fechas de las fiestas del Carmen, hace unos años, participé en una procesión marinera en Adra. La cosa fue de maravilla mientras que el paseo se desarrollaba por las tranquilas aguas de la bahía de puerto seguido desde la dársena por cientos de personas. Pero he aquí que el patrón del barco tuvo el dudoso capricho de llevar la procesión a mar abierto para bendecir también aquellos campos salobles y su cosecha. Y  ya se sabe, donde hay capitán... Así que salimos a las aguas libres en una noche en la que más que calma chicha tocaba movida bien removida. De tal manera que al instante el pequeño navío festero se convirtió en el barco vikingo de la feria. Tan pronto los de proa estábamos tocando estrellas, como bajamos a ras de las aguas, temblando más que un flan de huevo en la bandeja de un camarero con parkinson. Yo, dentro de lo que el pánico me dejaba, buscaba con mirada suplicante la imagen sacudida de la Virgen. Y no sé por qué tuve la sensación de que más que tranquilidad lo que ella me ofreció fue cordura. Así que ni corto ni perezoso fui al jefe y le espeté en plan capellán de la expedición: vámonos a puerto que a esta Virgen no le hemos pagado horas ni servicios extras. Cuando pisé tierra firme tan superviviente y liberado me sentí que tuve que besar a la mujer del patrón para no ir haciéndolo con todos los amarraderos que encontraba a mi paso.


domingo, 13 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (2)

Ya me gustaría a mí que alguien me enseñara como marcar mi territorio en la playa sin tener que emular a los canes en eso de levantar la patita en el mástil de la primera sombrilla que se tercie. Llego tempranito y, a esa hora, en la arena hay menos público que en la despedida de soltero de Adán, así que coloco  mi austera y desolada silla plegable y encima una toalla de colores bien llamativos y divisables a larga distancia, que uno sabe de dónde parte pero no cómo se vuelve, y me largo con viento a favor a hacer mi recorrido matutino chapoteando despreocupado en el borde de ese lomo ondulado y  nervioso que es en Chipiona el Atlántico.
Pero a la vuelta, Picha, mi trono de acero inoxidable ha sido engullido por un bosque de setas de colores, confortables tumbonas, cientos de cacharros de plástico y obsequiosas neveras portátiles. A uno y otro lado, por delante y por detrás, allí están abrigándome y deleitándome con sus charlas familias enteras, yo diría más bien clanes por su  número. Y me dejo llevar: y ahora escucho a los de la derecha, que a lo visto, quillo, no están por que el primo les invite a su casa que ellos han venido a la playa y no a ver lo bien que tienen el  patio del apartamento y, los de delante, que vaya,  que esto ni es verano ni  es náaa… y salen las primeras cervezas, y los bocata de jamón en suaves emparedados de pan de molde.

Y mientras, según van decidiéndose a bajar a la orilla, en un rito que me produce una sugestión insuperable, se van engrasando mutuamente sus cuerpos con la crema protectora. Me he fijado que, quitando a los niños, es algo reservado rigurosamente a la pareja. Es la abuela o el abuelo el que esparce cuidadosamente la pasta lechosa sobre el dorso de su conyugue y  así también lo hacen la pareja de novios. Y, entonces, me he puesto bíblico y  me he dicho: claro aquí está la explicación de por qué yo no consigo el moreno integral.  Por mucho que me contorsione no hay forma de que el unte llegue al envoltorio de las costillas superiores, de las que a lo visto salio Eva. Y claro, los del celibato ni tocar ni ser tocado por la “costilla”. Así que, cuando veáis en la playa o en la piscina a un paisano con la espalda más roja y picante que un pimiento de Mesillas no lo dudéis, es de mi gremio.

miércoles, 9 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (I)



Mi verano empieza cuando voy depositando sin orden ni concierto los bártulos del campamento en el capó del coche. No el 21 de junio, que es cuando dice el calendario astronómico, sino cuando dejo arriba, en el piso de mi casa, las persianas echadas, los electrodomésticos desenchufados y las tareas y cargos eclesiásticos bien dobladitos en el segundo cajón de la  mesa de despacho.

Es arrancar el Ford y sentirme feliz, intrigado por las sorpresas que con seguridad me depararán estos meses  y, sobre todo, libre. Libre y nostálgico como se siente el actor al terminar la función de noche y saber que vuelve a ser el mismo, tan distinto del que el espectador ha admirado y contemplado. Si me gusta el verano es porque me devuelve a lo mejor de mí mismo. Aquel que se acepta sin maquillajes ni componendas, que sale a la intemperie y se deja zarandear por el atrevimiento de los jóvenes y la simplicidad  y la sinceridad de los niños. Aquel que se sumerge embelesado en el anonimato de la masa desinhibida y gozosa de la playa.



Y es justamente ahí, en esos días en los que me recupero a mi mismo, cuando paradójicamente me siento mucho más y ¿por qué no? mejor cura. Ya que viviendo de esa manera me vuelvo a reencontrar y me reafirmo en aquel amor primero con el que me decidí a seguir a Jesús  ya hace varias décadas, sin  darle importancia al atrezo y el escenario sacral, sin reverencias y credenciales crelicales, oferente de esa hostia total de la creación que tan sobrecogedora y místicamente describe Teilhar de Chardin en su Misa sobre el Mundo, convencido que no hay templo mejor que el Universo, ni feligresía más apta que la humanidad, ni rito más vivo y agradable a Dios que la propia existencia con sus gozos y las esperanzas, tristezas y angustias. No lo digo yo, se lo dijo en confidencia de verano, a la sombra y junto a un pozo, Jesús a la Samaritana: “A mi Padre se le adora en espíritu y verdad”.