sábado, 23 de noviembre de 2013

LA DEVASTACIÓN DE FILIPINAS. UNA MÁS.

Parecería difícil de  borrar de la retina y de la conciencia las imágenes de la catástrofe de Filipinas, pero mucho me temo que, como todas las demás, la aflicción ante este inmenso desastre que ha golpeado brutalmente a estas pobres gentes, nos dure a lo más una semana de telediarios y dos o tres campañas de solidaridad. Y es que en la etapa del proceso de selección natural que nos ha tocado en suerte la especie humana hemos devenido en el “homo adictus”, ese individuo aparentemente vivo que pasa las horas absorto ante una pantalla de plasma o de cristal táctil, suplicando ansiosamente una presencia, una emoción que le saque de la rutina, una noticia que golpee fuerte pero que, después de haber dado el subidón de la adrenalina emotiva, vaya disolviendo el dolor, como las inyecciones en las nalgas, lo más rápido posible.

Que no nos engañe su figura tierna y desprevenida de jóvenes en el parque esperando a los Mayores Gamberros, porque precisamente ese mundo en el que se abstrae y ensimisma, símbolo y suma de un sistema económico egoísta y depredador, ha creado en él unas resistentes corazas de insensibilidad que le protegen vigorosamente contra todo deseo insensato de empatizar eficazmente con las desgracias ajenas. Acostumbrados a los mazazos, sólo aprovechamos de ellos la parte de espectáculo y limosneo que nos deja una conciencia tranquila, sin que seamos capaces de percibir la responsabilidad que nos afecta en esta clase de devastaciones y de la que nos acusaron de forma tan gráfica y sentida las lágrimas de Yeb Sano, el representante filipino ante la Conferencia sobre le Calentamiento Mundial.