domingo, 13 de julio de 2014

LAS PERSEIDAS SE DESPRENDEN EN VERANO (2)

Ya me gustaría a mí que alguien me enseñara como marcar mi territorio en la playa sin tener que emular a los canes en eso de levantar la patita en el mástil de la primera sombrilla que se tercie. Llego tempranito y, a esa hora, en la arena hay menos público que en la despedida de soltero de Adán, así que coloco  mi austera y desolada silla plegable y encima una toalla de colores bien llamativos y divisables a larga distancia, que uno sabe de dónde parte pero no cómo se vuelve, y me largo con viento a favor a hacer mi recorrido matutino chapoteando despreocupado en el borde de ese lomo ondulado y  nervioso que es en Chipiona el Atlántico.
Pero a la vuelta, Picha, mi trono de acero inoxidable ha sido engullido por un bosque de setas de colores, confortables tumbonas, cientos de cacharros de plástico y obsequiosas neveras portátiles. A uno y otro lado, por delante y por detrás, allí están abrigándome y deleitándome con sus charlas familias enteras, yo diría más bien clanes por su  número. Y me dejo llevar: y ahora escucho a los de la derecha, que a lo visto, quillo, no están por que el primo les invite a su casa que ellos han venido a la playa y no a ver lo bien que tienen el  patio del apartamento y, los de delante, que vaya,  que esto ni es verano ni  es náaa… y salen las primeras cervezas, y los bocata de jamón en suaves emparedados de pan de molde.

Y mientras, según van decidiéndose a bajar a la orilla, en un rito que me produce una sugestión insuperable, se van engrasando mutuamente sus cuerpos con la crema protectora. Me he fijado que, quitando a los niños, es algo reservado rigurosamente a la pareja. Es la abuela o el abuelo el que esparce cuidadosamente la pasta lechosa sobre el dorso de su conyugue y  así también lo hacen la pareja de novios. Y, entonces, me he puesto bíblico y  me he dicho: claro aquí está la explicación de por qué yo no consigo el moreno integral.  Por mucho que me contorsione no hay forma de que el unte llegue al envoltorio de las costillas superiores, de las que a lo visto salio Eva. Y claro, los del celibato ni tocar ni ser tocado por la “costilla”. Así que, cuando veáis en la playa o en la piscina a un paisano con la espalda más roja y picante que un pimiento de Mesillas no lo dudéis, es de mi gremio.

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