Ya me gustaría
a mí que alguien me enseñara como marcar mi territorio en la playa sin tener
que emular a los canes en eso de levantar la patita en el mástil de la primera
sombrilla que se tercie. Llego tempranito y, a esa hora, en la arena hay menos
público que en la despedida de soltero de Adán, así que coloco mi austera y desolada silla plegable y encima
una toalla de colores bien llamativos y divisables a larga distancia, que uno
sabe de dónde parte pero no cómo se vuelve, y me largo con viento a favor a
hacer mi recorrido matutino chapoteando despreocupado en el borde de ese lomo
ondulado y nervioso que es en Chipiona
el Atlántico.
Pero a la
vuelta, Picha, mi trono de acero inoxidable ha sido engullido por un bosque de
setas de colores, confortables tumbonas, cientos de cacharros de plástico y
obsequiosas neveras portátiles. A uno y otro lado, por delante y por detrás,
allí están abrigándome y deleitándome con sus charlas familias enteras, yo
diría más bien clanes por su número. Y
me dejo llevar: y ahora escucho a los de la derecha, que a lo visto, quillo, no
están por que el primo les invite a su casa que ellos han venido a la playa y
no a ver lo bien que tienen el patio del
apartamento y, los de delante, que vaya,
que esto ni es verano ni es náaa…
y salen las primeras cervezas, y los bocata de jamón en suaves emparedados de
pan de molde.
Y mientras,
según van decidiéndose a bajar a la orilla, en un rito que me produce una
sugestión insuperable, se van engrasando mutuamente sus cuerpos con la crema
protectora. Me he fijado que, quitando a los niños, es algo reservado
rigurosamente a la pareja. Es la abuela o el abuelo el que esparce
cuidadosamente la pasta lechosa sobre el dorso de su conyugue y así también lo hacen la pareja de novios. Y,
entonces, me he puesto bíblico y me he
dicho: claro aquí está la explicación de por qué yo no consigo el moreno
integral. Por mucho que me contorsione
no hay forma de que el unte llegue al envoltorio de las costillas superiores,
de las que a lo visto salio Eva. Y claro, los del celibato ni tocar ni ser
tocado por la “costilla”. Así que, cuando veáis en la playa o en la piscina a
un paisano con la espalda más roja y picante que un pimiento de Mesillas no lo
dudéis, es de mi gremio.
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