Yo tampoco tengo parabólica, aunque me acaban de soplar 70 machacantes por el cambio del mástil de la antena, en un
trabajo peliagudo de 20 minutos de bajar los hierros y volver a colocarlos en
la balconada de la terraza. Vamos, que, comparado con los emolumentos macanudos de estos
emprendedores antenistas, me río yo del cobro abusivo de los notarios en
tiempos del boom del ladrillo.
Pero todo lo doy por bien empleado con tal de que no caiga sobre mí y me inmaculada reputación la ignominia de tener una
parabólica. A no ser aquella que un cándido compañero mío encontró tirada en la
cuneta de la carreta de Madrid a Badajoz, y que recogió, pensando que era una
paellera gigante y que luego, cuando kilómetros más adelante le paró una pareja arrebatada de la guardia civil, resultó ser un radar para las multas de tráfico, de la que
por cierto a él no le libró ni su venerable alzacuello.
A lo que íbamos, que en esa
sociedad de la honradez, la sinceridad y el
buen gobierno hay signos y ostentaciones que no son de recibo. Tiene razón
nuestro despeñado presidente: la bicha cónica es una prueba fehaciente de
estafa y dolo. Y, además, es que algunos no la necesitan para nada, pues para “bolas”
se bastan y se sobran solitos,
* La foto está tomada
en uno de los refinados chalets residenciales de la Moraleja.
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