¿Estoy o no a favor de Charlie?
Este es el reguero polémico que parece haber quedado
tras los asesinatos blasfemos de la semana pasada en Paris.
La
cuestión no pasaría de ser una más de las tediosas y cansinas discusiones
ideológicas acerca de incuestionables principios, ahora sobre la libertad de
expresión o la condena del insulto religioso, si no fuera porque aquí el
material que se manosea son los cuerpos vilmente acribillados de personas que
han dejado de existir, que tenían vida, que tenían familia, que reían, que
amaban, que sentían y que pensaban hacer algo el día siguiente. Lo mismo, por
cierto, que esos otros miles que están cayendo en este momento en Siria, Irak y
tantos otros sitios tan dados de lado por nuestros excitantes noticiarios.
Claro
que soy consciente de que estas víctimas han sido escogidas y masacradas por
una motivación. Pero desde el momento en que esa motivación la han usado y la ponen en circulación con sangre los
pistoleros para escudarse y justificar lo injustificable de sus crímenes,
pienso que es hacerles el juego y caer en lo más cruel de su trampa el
enzarzarnos precisamente ahora en discutir sobre los límites de la libertad de
expresión o del respeto a los valores religiosos. Ya habrá tiempo para ello.
Después
de las ráfagas asesinas de las armas automáticas, sólo queda hablar de unidad,
de indignación, de serenidad, de justicia y de respeto por las víctimas, y si
hay que sacar algún cartel que sea el de: “Je suis Frédéric Boisseau, Michel Renaud…”
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