En estos días se me están juntando las despedidas de algunos de
los chavales de nuestros grupos que terminados sus estudios universitarios no
les queda otra salida que emigrar en busca de un trabajo que no han podido
encontrar en nuestros país y que nosotros no le hemos sabido dar.
En el momento de abrazarlos me embargan tantos sentimientos
cruzados. Pero el que domina es el de la tristeza y la amargura. No os podéis
imaginar cuánto me cuesta disimular el nudo de la garganta y contener las lágrimas. Lágrimas no solo de pena sino de
rabia, frustración y fracaso. Una inmensa frustración. Habíamos anhelado que nuestros hijos conocieran una vida mejor
que la que nosotros tuvimos y resulta que un huracán de despropósitos nos ha
arrastrado por el túnel del tiempo hacia la España de nuestra infancia en los
años 60. Una España en la que sus jóvenes solo tienen la opción de desaparecer
o amoldarse a condiciones laborales indecentemente abusivas y requiriendo del subsidio de sus padres.
Es
cierto que por estas tierras estamos acostumbrados. La emigración es
consustancial a nuestro ser extremeño, aunque por aquello del glamour nos
llamemos conquistadores, pero pensábamos haber cambiado las maletas de cartón por
un deslumbrante futuro dentro de nuestro país. Nuestros chicos serían
profesores, médicos, biólogos en Zamora, Madrid… Y resulta que todo eso era una ilusión, un
escenario de cartón piedra.
Va siendo hora de que más que de generación
perdida empecemos a hablar de generación
de irresponsables, la nuestra, la de los mayores: los unos por lanzarse a la
fiebre del oro pensando que se vendían duros a peseta, los otros, entre los que
me cuento, por mirar para otro lado. Con un sistema político degradado basado
en partidos clientelistas que se alimentaban, y todos lo sabemos, de la burbuja
inmobiliaria y los pelotazos urbanísticos. El objetivo de la recaudación de
impuestos para contar con abundantes presupuestos para colocar a los del
partido en empresas públicas municipales y consejos de dirección y cajas de
ahorro con sueldos públicos; financiación ilegal de partidos y dinerito para el
bolsillo de los más descarados.
Acostumbrados a comulgar con rueda
de molino, ya no nos da escalofríos saber que la cifra del desempleo de los jóvenes supera el 54% (sin contar, claro está, con los que
ya se han ido, que son multitud y que por cierto se quedan sin la cobertura sanitaria).
Mientras la Roja siga metiendo goles y Cristiano nos enseñe sus despampanantes
abdominales seguiremos embotados y aceptando con resignación estos males que se
nos han echado encima, sin que nadie asuma responsabilidades y nadie pida perdón. Y yo creo que sí, que hemos de pedir
perdón a los jóvenes, y no sé la responsabilidad que me toca, pero lo siento,
chavales, os hemos fallado.
