miércoles, 2 de abril de 2014

MENTAR LA BICHA DE LA GUERRA CIVIL.



Había quedado tan perdida en la nebulosa de los años que, ingenuo de mí, creí que nunca más volvería a sentir sobre mi alma la zarpa del desasosiego por el fantasma de aquella guerra cruel que dejó en España un reguero de odio, venganza y sufrimiento por décadas y con el que tuve que bregar en mis primeros años de sacerdote. Corrían los mitificados años de la transición y en los pueblos, a los que la insondable voluntad del Señor me envió, existía un irrespirable ambiente de desconfianza, prevención y temor ante la que se avecinaba con la democracia. Las buenas gentes, sobre todos los más mayores, miraban con bastante prevención y escepticismo los nuevos impulsos políticos. Y es que … ¡cuidado! ¡A ver si volvemos a las andadas!, que los partidos no traen nada bueno¡ Por supuesto que  muchos de estos miedos viscerales eran cuidadosa y deliberadamente alimentados por los que no querían ningún tipo de cambio.

Entonces, muchos cristianos, siguiendo la senda del cardenal Tarancón, vimos claro que el mejor servicio que, desde la Iglesia, podíamos prestar a la sociedad en aquel momento de encrucijada, tenía que ser el de colaborar, en lo que estuviera de nuestra parte, para enterrar definitivamente el maldito trauma de la guerra civil y promover entre las gentes una conciencia de esperanza y participación democrática para conseguir una convivencia en paz y justicia, convencidos de que las nuevas generaciones de españoles, como se demostraría en los años siguientes,  nada teníamos que ver con los de los fatídicos años 30 y estábamos preparados y decididos a trabajar por un prometedor futuro de prosperidad y concordia, sin miradas ofuscadas en el espejo retrovisor. Fue un trabajo no siempre fácil,  sobre todo en el cerrado mundo rural donde los rencores son más permanentes y los enemigos más señalables. Una tarea no siempre comprendida, y que, al menos a mi, me produjo muchos sinsabores pero también muchas satisfacciones. Todo lo dí por bueno cuando puede ver con el paso de los años y de las elecciones que la tragedia de la guerra civil se fue haciendo para nosotros más un recuerdo que una realidad.


De ahí que todavía no acabo de entender ni de asimilar con sosiego las referencias que el señor cardenal de Madrid ha hecho a que las causas de la guerra civil pueden repetirse ahora, y  me sorprende y duele que lo dijera especialmente en el solemne funeral de aquel que echó las primeras paletadas para enterrar para siempre el dolor y el recuerdo inmisericorde de aquella fatídica confrontación. Comprendo, siguiendo sus discursos, que piense que este país está hecho unos zorros, pero de eso a ponerlo a los cascos de los caballos del Apocalipsis va un osado trecho. Yo humildemente recomendaría a algunos que  dejen de una vez como lectura de cabecera el libro de las Lamentaciones. Les aseguro que disfrutarán más con “La alegría del Evangelio”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario