Será manía mía,
pero no me acaba de encajar eso de que los discretos chicos del peneuve monten
su mitín mayor el domingo de Resurrección. Yo creo que ese es un día más propio
para las aleluyas y las rocas de pascua que para escamar a los vecinos del
patio patrio con jeroglífico tan difíciles como el de la búsqueda de una nueva vía para la nación
vasca a través de una relación de bilateralidad
con España -qué signifique tal galimatías espero que tarde tiempo en
descubrirse, no sea que se nos arme otro pifostio como el catalán- Si acaso, y sí
de Euskal Herria se trata, veo más en línea con la festividad el irse a
disfrutar con la película de moda, aquella de los 8 Apellidos Vascos.
Por cierto que
todo el mundo se pregunta dónde está el secreto de su éxito. Desde luego en su
naturalidad y humor y en el desparpajo de sus actores. Pero para mí, sobre todo,
en que quienes tanto hemos temido, sufrido y dolido durante años con el mal llamado
“asunto vasco”, hemos encontrado en este fantástico film una impagable sesión
de risoterapia que nos hace experimentar por medio de las carcajadas que es más
lo que nos une en el sentimiento y en la humanidad, que lo que las ideas y los
intereses políticos excluyentes se empeñan en imponer.
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