Es que no
puede ser de otra manera ¿quién, si no, se va a afanar en hacer un florido
pensil en este trozo de tierra de todos, junto al muro de la estación? Desde
luego nadie de por estos pagos. Nuestras gentes no andan en estas finuras con
lo común. Si acaso, en algunas circunstancias, se barre o riega la puerta de
casa hacia el centro de la calle o el umbral de la vecina. Los españoles somos
de otra casta más recia.
Nuestra gente
muestra su respeto a lo comunitario esparciendo por las calles imponentes gapos,
verdes como sapos y espesos como hamburguesas de ternera extremeña. El buen
español que se precie arroja desde la ventanilla del coche la colilla y el bote
de coca-cola con la misma soltura y desparpajo que los Magos caramelos en la
Cabalgata de Reyes. El españolito defensor de la naturaleza, como debe ser, se
extasía contemplado como su amorcito de cuatro patas levanta una de ellas y
hace el pipí en la esquina o suelta la caquita en la acera para que los ciudadanos
pueda jugar luego al tradicional piso marro y la madre que parió al dueño. Por
un quítame allá esas pajas o por medio litro de cerveza de más en el cerebro,
somos capaces de arrancar de cuajo un banco de hierro en parque y achatarrar a
la más resistente papelera.
No, este
benéfico floricultor no es de los nuestros. Seguro que no ha pisado ningún aula de nuestra mimada educación
pública, y menos todavía de la enseñanza concertada, esa cuyos alumnos tienen
la irresistible tendencia de guarrear las paredes de los vecinos que circundan
sus beatíficos colegios. Ni tampoco tuvo uno de nuestros ejemplares padres que
le dijeran aquello de “¡Niño, eso se hace en la calle¡”
Estoy tan
asombrado por lo excepcional del caso que he tenido la tentación de encabezar
una campaña para que se le conceda la medalla de oro de la ciudad. Pero he
desistido. Tales honores, ya se sabe, se reservan en la muy Leal y Benéfica a
las influyentes e ilustres personajillos del abolengo urbano que adornan
constantemente con su presencia y sapiencia los abundantes y deslumbrantes
actos sociales y culturales de nuestra urbe. Además que no conviene dar pistas,
a ver si encima estos genios de la administración van a multar al interfecto
por uso indebido del espacio público.
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