sábado, 12 de abril de 2014

DEBE HABER UN SUIZO EN EL BARRIO DE SAN MIGUEL



Es que no puede ser de otra manera ¿quién, si no, se va a afanar en hacer un florido pensil en este trozo de tierra de todos, junto al muro de la estación? Desde luego nadie de por estos pagos. Nuestras gentes no andan en estas finuras con lo común. Si acaso, en algunas circunstancias, se barre o riega la puerta de casa hacia el centro de la calle o el umbral de la vecina. Los españoles somos de otra casta más recia.

Nuestra gente muestra su respeto a lo comunitario esparciendo por las calles imponentes gapos, verdes como sapos y espesos como hamburguesas de ternera extremeña. El buen español que se precie arroja desde la ventanilla del coche la colilla y el bote de coca-cola con la misma soltura y desparpajo que los Magos caramelos en la Cabalgata de Reyes. El españolito defensor de la naturaleza, como debe ser, se extasía contemplado como su amorcito de cuatro patas levanta una de ellas y hace el pipí en la esquina o suelta la caquita en la acera para que los ciudadanos pueda jugar luego al tradicional piso marro y la madre que parió al dueño. Por un quítame allá esas pajas o por medio litro de cerveza de más en el cerebro, somos capaces de arrancar de cuajo un banco de hierro en parque y achatarrar a la más resistente papelera.

No, este benéfico floricultor no es de los nuestros. Seguro que no ha  pisado ningún aula de nuestra mimada educación pública, y menos todavía de la enseñanza concertada, esa cuyos alumnos tienen la irresistible tendencia de guarrear las paredes de los vecinos que circundan sus beatíficos colegios. Ni tampoco tuvo uno de nuestros ejemplares padres que le dijeran aquello de “¡Niño, eso se hace en la calle¡”


Estoy tan asombrado por lo excepcional del caso que he tenido la tentación de encabezar una campaña para que se le conceda la medalla de oro de la ciudad. Pero he desistido. Tales honores, ya se sabe, se reservan en la muy Leal y Benéfica a las influyentes e ilustres personajillos del abolengo urbano que adornan constantemente con su presencia y sapiencia los abundantes y deslumbrantes actos sociales y culturales de nuestra urbe. Además que no conviene dar pistas, a ver si encima estos genios de la administración van a multar al interfecto por uso indebido del espacio público.

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