EL ANILLO PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
No es raro
hallar al terminar las misas los más diversos y variopintos objetos, que se dejan olvidados entre los traqueteados bancos de nuestra iglesia. Además de los repelentes chicles
pegados en los sitios más recónditos, recogemos con frecuencia paraguas y bolsos,
de señora, por supuesto, que ya se sabe que los caballeros católicos practicantes
no suelen ni deben realzar su presencia y elegancia con este tipo de
complementos. De vez en cuando aparece también algún pendiente desorejado, cuya
desdichada pérdida quedará a su afligida pareja en una soledad de por vida. Vamos
haciendo también una esmerada y fina colección de brazaletes, esclavas y
pulseras multicolores. Y hasta nos hemos topado con todo un tyrannosauris rex,
que menudo problema nos hubiera planteado con su severa dieta carnívora si no
llega a medir más de 12
centímetros y no fuera
de plástico fino.

Pero el
hallazgo de esta mañana ha sido super sorprendente: un anillo de matrimonio. En
un primer momento mire alrededor no fuera andar por allí el lúgubre Gollum
buscando “mi tesoooro”. Después me maleé que a lo mejor alguien había buscado
un método rápido y barato de anulación matrimonial, soltar de estrángilis el
anillito allí donde te lo endosaron. Pero luego, con un poco más de sutileza, rebusqué
en su círculo interior y junto a dos letras mayúsculas leí la fecha 1967, y entonces
pasé de la broma a la emoción. ¡Cuarenta y seis años, casi las bodas de oro! ¡Cuánta
vida y amor tiene amarrada esta alianza¡ me dije. Y me puse a fantasear en cuál
habría sido la mirada de dicha y dulzura de su propietario en el momento que su
pareja se la colocaba torpe y nerviosamente en su dedo anular; cómo la habría
hecho girar inquietamente en los momentos difíciles de sus vida y la habría besado
en aquellos otros en que zozobraba su matrimonio. Y al final, observándola muy despacio,
me pareció la joya más deslumbrante del mundo porque en ella contemplaba el oro
de tantos matrimonios conocidos que a lo
largo de los años han ido tallando y puliendo sus anillos de boda en el roce del
trabajo, del sacrificio, del tesón, del gozo, de las caricias y de la fidelidad
inquebrantable.
Ya lo sabes mi querido o querida desconocida A.
o M. en la sacristía te espera tu alianza perdida, pero no como en el caso de Jesús entre los
doctores, porque de esto en concreto por lo que dice tu anillo me das sopas con
honda.