Para sorpresa mía una inmensa mayoría
de los católicos de este país hemos acogido con normalidad y hasta con
satisfacción el hecho de que la proclamación del rey Felipe VI, a diferencia de
la de su padre, se haga sin actos ni símbolos religiosos.
Los motivos pueden ser muy distintos, pero todos coincidimos
en que ya no vale el mantener la presencia monopolizadora de lo religioso católico
por razones históricas patrias, identificadas siempre con lo cristiano, o por ese artificio estadístico de que los católicos somos la confesión
religiosa mayoritaria. Cosa bastante discutible para cualquier observador atento de la situación de esas masas que se manifiestan católicas, ya que verá que ese "ser católico" es más que nada una expresión
nostálgica de un “pertenencia cultural”, una pertenencia sin creencia y con una nula identificación con la Iglesia.
Va siendo hora de que los actos religiosos se vivan desde la fe,
personal o colectiva y no desde las apariencias de fe vinculadas a intereses
políticos y culturales. A mi, como
creyente en Cristo, me desconcierta ver a políticos no creyentes en una
celebración eucarística, por ejemplo con motivo de los llamados funerales de
estado o de las fiestas patronales, y, para mayor oprobio, ocupando un lugar de
honor y hasta ser incensados con solemnidad pontifical.
Jesús nos dijo: “no echéis vuestra perlas delante de los
puercos” (ojo, tomarlo metafóricamente) y los primeros cristianos practicaban la “ley
del arcano”, ocultando los sacramentos a la mirada de quienes eran incapaces de
venerarlos. Me gustaría que los cristianos actuales cuidáramos más no solo la
protección de datos, sino también de la del misterio.