Pues está visto que ante las
ideologías y los intereses políticos no cabe ni la más mínima concesión a la piedad
y la compasión humana. Ya pueden morir 15 jóvenes en las playa de Tarajal o
miles en las ciudades de Siria, con un “cuanto lo siento” y “qué vamos a hacerlo” cuestión resuelta.
Y lo tremendo es que la cosa no queda aquí. Cuando ya nos metemos
a defender lo injustificable, llegamos a extremos nauseabundos de cinismo y
crueldad. Son tan estúpidas y contradictorias las explicaciones, tan claras y
gastadas las mentiras, tan excesivas las loas a los autores de estas tragedias para
guardar las espaldas de los verdaderos responsables, que uno, viendo como aquí
cuela todo, llega a pensar si es que con estallido de la burbuja del ladrillo
también se ha esfumado la poca decencia y la moralidad que se le suponía a esta
sociedad, tan católica y humanista ella.
Al decir el Papa Francisco sin
tapujos que este tipo de inhumanidades son un “Vergüenza”, no esperaba que
todos los días le fueran a enmendar la plana en la tele de sus obispos españoles
con comentarios y encuestas que criminalizan a seres desgraciados que tienen la
osadía de pretender sobrevivir.
Dejémonos de monsergas aquí han muertos personas, seres humanos, vidas llenas de
vida, miradas repletas de horizontes, manos vacías en busca de esperanza, pies
descalzos que perseguían el sueño de una tierra nueva, y nosotros, asumiendo la
parte de complicidad que nos toca por acción y omisión, no podemos hacer otra
cosa que pedir, que exigir que termine este sinsentido que nos está degradando.