
Era víspera de año viejo y no
encontré cosa mejor que hacer, para ir abriendo paso a las celebraciones del
día siguiente, que agotarme tratando de superar el récord personal e
intransferible de mi anterior visita al
museo del Prado, que se quedó en quince o veinte salas y la miseria del ojeo de
unas 30 obras maestras, por supuesto, entre ellas la Anunciación de Rafael
pero, todo hay que decirlo, también la Venus con el amor y la música de Tiziano,
que es una monada pero con menos tela. De obligado cumplimiento era esa tarde
el repasar la celebrada exposición de Velázquez y la familia de Felipe IV, cosa
que tuvo su mérito, pues aunque me pareció apabullante la plenitud del arte del genio
sevillano en esos retratos cortesanos, los modelos principescos son feos a
reventar. Que me pregunto yo que ¿qué hicieron tales engendros con los genes
que les legaron los apuestísimos Isabel y Fernando que nos emboban los lunes en la Primera?
¿O es que Velázquez les tenía la misma manía que Goya a sus reales señores? Pues eso, que estaba de Velazquez y de pronto
me topé con el cuadro del Triunfo de Baco, castizamente llamado el de los
Borrachos, y de él en un detalle que, hasta ahora que soy un ducho ojeador de las
redes, no me había percatado. Y es que a
la izquierda de la escena mitológica, dos borrachines, bien achispados, se
desentienden absolutamente de la acción y miran sonrientes a cámara, en este
caso al caballete, mientras sostienen la taza del cubalibre de aquellos
tiempos, invitándonos a participar de su fiesta. Anda, me dije, mira por dónde,
la cosa viene de lejos y don Diego es el descubridor de la postura más
divulgada y celebrada en las fotos de mi muro de facebook. O sea, que a ver si
las dejo de ver como un despropósito del mal gusto y las considero unas
refinadas obras de arte. ¡Cómo te cambia la cultura¡
Podía poner fotos de amigos, pero
tienen copyright.